Había una vez una montaña muy muy alta, en la que abundaban los árboles y los arbustos, y donde los humanos que existían allí, vivían en cuevas cavadas en la misma roca de la montaña.
Allí convivían dos familias. Una familia vivía en una cueva de color gris, y la otra familia vivía en una cueva de aspecto verdoso, color que se debía al tipo de piedra, donde se excavó la cueva.
Por tanto, las familias se llamaban la una a la otra: la familia gris, y la familia verde.
La familia gris estaba compuesta por un padre, una madre y un joven de catorce años, llamado Pedro.
La familia verde la formaban un padre, una madre, un niño pequeño de cuatro años, y un abuelito sabio.
Las dos familias solían juntarse para comer juntos en alguna ocasión. En una de estas ocasiones, hablaron sobre los árboles de la montaña, y sobre cómo hay que talarlos para obtener madera, con la que hacer fuego y calentarse. Pedro también intervenía en la conversación.
El sabio escuchaba atentamente al joven Pedro, porque Pedro opinaba que los arboles estaban para talarlos, y que daba igual que se replantaran o no, ya que, una vez plantados, tardaban mucho en crecer.
Cuando Pedro concluyó su razonamiento, el sabio le dijo lo siguiente: «La naturaleza es paciente, y los humanos también debemos serlo«, y le propuso un reto: «me voy a cortar el pelo «al cero», y vamos a ver que hace la naturaleza de forma espontánea para mantener el equilibrio en mi cabeza. Dentro de un mes pásate a verme».
El joven Pedro no sabía qué pretendía con eso, así que se fue a su cueva sin entender nada.
El sabio de la familia verde esperó durante un mes, dentro de la cueva, a que Pedro llegara. Sabía que sólo tenía que tener paciencia para que le creciera el pelo, y dar una lección a aquel muchacho.
Al cabo de un mes, cuando Pedro entró en la cueva y vio al sabio de nuevo con pelo, se quedó sorprendido, pero entendió el mensaje que quería darle el sabio, y Pedro le dijo: «He aprendido mucho de usted. Me ha dado dos lecciones. La primera es que, para poder seguir disponiendo de los recursos de la naturaleza, tenemos que cuidarla, por ejemplo, replantando árboles una vez los hemos cortado. La segunda es, que debo tener más paciencia con la naturaleza y tratar de aprender de ella.»
FIN
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Vos tendredas que dejar de ser tan generoso y puaiclbr un libro con todas las ensef1anzas que te dio tu abuelo. Porque a este hombre si no le hacen un monumento tarde o temprano lo hago yo, aunque sea en amigurumi.
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El argumento es bueno, pero la historia es mala.
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Pablo deberías, al menos, por educación decir por qué te pareció una porquería. Es muy triste que te expreses así de un escrito sin argumentos.
Tremenda porqueria (pero buen fundamento)
Felicitaciones por este tipo de información, enriquecen a los niños, los estimulan a la lectura y algo maravilloso en la infancia a echar a volar la imaginación.
Gracias
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