Cuento Infantil para niños, escrito por: Ulica Tizaber
Rigoberto era un gusanito verde y amarillo de la familia de los ciempiés, algo que él nunca había entendido, porque por mucho que se miraba, sólo se veía dos pies.
Todos los días se despertaba y se ponía de pie para ver si le habían crecido pies nuevos, y nada,
eran sus dos pies de siempre que le sostenían para no caerse cuando se incorporaba.
Su familia y él habían vivido desde siempre en un árbol muy alto que había crecido en mitad del patio de una casa. Cuando la casa se construyó ellos ya estaban residiendo en el solar, y cuando el árbol que era una higuera, comenzó a crecer, ellos vieron todo el proceso de crecimiento de la benjamina de la casa, que en poco tiempo medía casi dos metros de altura, y daba unos higos con un sabor tan dulce que parecían caramelos.
En la higuera residían orugas que vivían en grandes familias, sobre todo en primavera, y a pesar de tener más pies que él, no se les llamaba ciempiés, otra cosa que no lograba comprender.
Rigoberto era muy amigo de las orugas, y se sentía orgulloso de poner hablar de cosas interesantes con ellas, ya que su pequeño mundo se limitaba al patio de la casa y de vez en cuando a la copa del árbol, donde solía dormir.
A veces, las orugas y él hacían excursiones para probar los higos, y volvían empachados de tan dulces que estaban esos frutos. Todos ellos compartían muchos buenos momentos, aunque había algo que Rigoberto nunca había dicho, y era que a pesar de ser de la familia de los ciempiés sólo tenía dos pies, le daba vergüenza y no lo hablaba ni con sus familiares.
Los días pasaban y el otoño se aproximaba, Rigoberto y las orugas se despidieron hasta la primavera siguiente, y una de las orugas le dijo:
– «Rigoberto, cuídate mucho este tiempo, abriga bien todas tus patas, que te hacen falta para ser tan ágil como eres al subir a la higuera».
Rigoberto se quedó de piedra, ¿cómo que tuviera cuidado con sus patas?, ¡si sólo tenía dos pies!.
– «La oruga se habrá confundido», pensó.
Al llegar a casa, su madre le dijo:
– «Rigoberto, ya era hora de que volvieras, empieza a hacer fresco y tienes que ponerte los calcetines, y como tardas tanto, tienes que empezar cuanto antes».
– «¿Porqué tardo tanto mamá?».
«Pues hijo, porque poner calcetines a cien pies no es una tarea rápida. Anda, abrígate bien esas patitas».
Rigoberto sin entender nada, buscó un espejo a la desesperada, y en la habitación de sus padres había uno muy ancho, en el que al encender la luz, pudo ver algo que le conmovió. Tenía muchos pies, era de verdad un ciempiés y no con dos pies.
Durante todo ese tiempo que había pasado, Rigoberto sólo había mirado hacia delante y hacia abajo, y así sólo podía ver sus dos patas delanteras, detrás de las que venían todas las demás. Con este reflejo que le devolvió el espejo, pudo comprobar que en la vida hay que mirar hacia delante y hacia atrás, para aprender del pasado, y que quien sólo mira hacia abajo y hacia delante se pierde la esencia de la vida.
A partir de ese momento, Rigoberto iba diciendo a todo el mundo que era un ciempiés e iba mostrando su larga retahíla de patitas muy orgulloso. Los demás le habían abierto los ojos a la realidad, y él era feliz al darse cuenta de la riqueza que la naturaleza le había ofrecido.
FIN
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