Cuento Infantil para niños y niñas; creado por: El Equipo de Cuentos Infantiles Cortos
Dogui, el perrito tranquilizador había crecido mucho desde que la niña de sus dueños nació. Ambos habían crecido el mismo número de años, y cada uno había aprendido cosas diferentes.
La niña era muy buena, y ya sabía escribir y leer. Le gustaba escuchar los cuentos que sus abuelos le contaban los fines de semana, y aprendía con mucha rapidez. En este tiempo, tuvo un hermano, al que adoraba y al que enseñaba todo lo que ella sabía.
Mientras tanto, Dogui, había crecido tanto que apenas cabía en la caseta que sus dueños tenían en el jardín de la casa, pero no era problema porque dentro de la casa tenía su propia camita.
Cuando nació el bebé, hermano de la niña, Dogui se mostró igual de tranquilizador, quizás algo más, porque los años de experiencia eran un avance importante.
La felicidad reinaba en esa familia de cinco miembros, y Dogui se sentía el perro más orgulloso de la urbanización. Tenía todo lo que quería, aunque le faltaba una cosa importante, que intentaría cambiar para sentirse plenamente feliz.
Cuando Dogui andaba iba dejando huellas por donde iba, y es que al poco tiempo de nacer el niño, pisó un charco de pintura blanca, que después de muchos baños y limpieza, nadie había podido eliminar de sus patas. Era una pintura no tóxica, pero muy molesta para él y para los demás, ya que daba igual lo que pisase, siempre dejaba la marca.
No podía hacer ninguna trastada porque enseguida le pillaban, ni podía jugar con los niños en sus habitaciones, ni podía perseguir mariposas, porque al final dejaba todo el jardín de color blanco.
Así que Dogui poco a poco, fue apagándose y ya no jugaba tanto. A pesar de esto, él se sentía feliz porque sabía que la familia que tenía era muy comprensiva y entendía su problema, y que nunca le abandonarían, pero quería jugar y reírse como antes.
Un buen día, muy decidido, Dogui se fue al centro de la ciudad dejando sus huellas tras de sí, y fue directo a la tienda de productos de pinturas. Al verlo entrar, los dependientes dijeron:
– «Vaya con el perro, nos está dejando la tienda llena de huellas».
Dogui al oír esto, ladró bajito, para que entendieran lo que quería decirles, y así fue, un dependiente se acercó, le miró las patas, y le dijo:
– «Perrito, te vamos a ayudar, tengo la solución a tus huellas blancas».
Dogui estaba muy nervioso ya que era probable que saliera de allí con sus patas normales, y la espera hasta que el dependiente llegó con un bote metálico en las manos, se le hizo eterno.
Con una brocha le aplicaron en las cuatro patas un producto que olía a césped mojado, y le dejaron una pequeña colchoneta para que esperara tumbado sin apoyar las patas a que hiciera efecto ese líquido.
Al rato, el mismo Dogui vio como la pintura blanca se iba deshaciendo, y sintió como sus patas volvían a respirar. Por fin pudo levantarse y comprobar el resultado de ese líquido mágico. ¡Ya no dejaba huellas!, correteó por la tienda, agradeciendo al mismo tiempo el tiempo que los dependientes le habían dedicado, y salió corriendo a casa para enseñarles a todos sus nuevas huellas.
Cuando llegó todos estaban muy preocupados por él, ¡se le había olvidado avisar de que salía!, pero al verlo tan radiante de felicidad y sin dejar huellas blancas, enseguida todos juntos compartieron ese momento de alegría.
Dogui volvió a jugar como antes, y ahora si que era feliz del todo, y podía contagiar esa alegría y vitalidad a los niños y a sus dueños en los momentos que necesitaban una dosis de risas y buen humor.
FIN
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muy entretenido