Cuento Infantil para niños, escrito por: Ignacio Ortega Campos
Ana era una niña que quería ser mayor para poder leer sus propios cuentos. Pero como aún no sabía leer, su mamá Elvira, le contaba cuentos todas las noches al acostarse. Le gustaban tanto los cuentos, que no perdía ocasión cuando mamá, papá o los abuelitos se prestaban a abrirle su imaginación.
Por eso, la pequeña Luna soñaba con ser pronto mayor y aprender a leer porque, aunque le gustaban mucho los cuentos que los demás le contaban, ella prefería soñar sus propios cuentos y así aprender palabras con las que crear sus fantasías. Por eso su papá, Angel, decía a sus amigos que:
– “ A Luna le encanta hacer cuevas con mantas, debajo de una mesa o lo que sea y se pasa horas jugando. También se divierte jugando con su varita a ser hada del bosque. Así que, con una vieja caja de televisión, un aro, unas cortinas destinadas a la basura, unos cojines y unas mariposas de papel ya tiene su Cueva de las Hadas, un lugar para ella y sus sueños mágicos”.
Con cada palabra nueva que oía Ana se hacía una cueva de ilusiones. Al acostarse por las noches le costaba mucho tiempo dormirse porque su cabecita andaba loca buscando palabras mágicas de su cueva mágica para crear sus propias historias.
La niña miraba los libros que llenaban las casas de sus abuelos y, alguna vez, intentó coger alguno porque pensaba que allí anidaban los cuentos que sus papas y abuelitos le contaban. Pero al abrirlo vio que la letras, las palabras, los renglones de aquel libro sin dibujos bailaban sin sentido, de aquí para allá, en su cabecita ávida de cuentos desde su cueva mágica.
Ya empezaba a cansarse de los cuentos que le regalaban sus papás y sus abuelos. Y se sabía de carrerilla todos los cuentos que oía en la escuela. Y conocía al dedillo todos los dibujos animados de la tele, porque todos se repetían una y otra vez. Y todos, uno a uno, trotaban en su cabeza cada noche . Tanto… tanto… que no la dejaban dormir.
Un día le dijo a su mamá que cuando ella fuese mayor, desde su cueva mágica, crearía todos los cuentos del mundo para que todos los niños del mundo tuvieran una cueva mágica repleta de hadas felices como ella. Y mamá sonrió satisfecha mientras le decía:
– “No por ser mayor, Ana, sabrás todos los cuentos del mundo, porque hay personas que son mayores y no saben crear cuentos, porque nunca tuvieron una cueva mágica donde crear sus cientos y cientos de personajes para sus cuentos. Empezarás a ser mayor cuando aprendas a leer y sepas escribir tus propios cuentos sobre hojas blanquísimas de papel”.
Desde aquel día a la pequeña Ana no le preocupaba ya ser mayor, sino aprender a leer y escribir para poder leer y escribir las más bellas historias que jamás se hayan escrito, acurrucada desde su cueva mágica.
Ana quedó tan impresionada de lo que mamá le había dicho que, a la noche siguiente, soñó no con ser mayor sino que estaba en una inmensa cueva llena de libros que volaban dulcemente, casi acariciándola, alrededor de ella como si fueran gaviotas. Había libros con gruesas pastas ya mohosas. Otros que se abrían solos y desde sus hojas lanzaban al aire palabras y más palabras que, como suaves mariposas, se posaban sobre la cabeza, las manos y el pelo de la pequeña Ana. Otros, tristes, aguardaban con la páginas ajadas por el tiempo, cubiertos de polvo, inmóviles en una pequeña estantería, olvidado de los lectores, esperando que una amiga se acercara hasta ellos. Aquellos llamaron poderosamente la atención de ANA que, rauda se dirigió hasta ellos y descubrir qué secretos guardaban sus hojas bufadas, enmohecidas por el tiempo y el olvido.
No pudo resistirse a abrir uno de ellos. Y, al abrirlo, agradecido porque una mano amiga lo abrió de par en par empezaron a salir palabras desde la primera hasta la última página. La letras, eufóricas por salir a la luz, se posaban danzarinas sobre su frente, sus mejillas, sus labios y, desde allí, caían mansamente sobre las hojas blancas de papel que había sobre su mesa y las letras danzarinas se iban juntando hasta formar palabras y las palabras frases y las frases todas juntas se acariciaban entre ellas y se colocaban cada una en su sitio en el blanquísimo papel que esperaba sobre la mesa. ANA estaba asombrada ante aquel barullo de letras que, animadas por la alegría de salir de aquel libro olvidado de los lectores, saltaban caprichosamente haciendo musarañas delante de sus ojos atónitos y plagaban su cueva mágica de hermosos garabatos que se transformaban en personajes.
Cuando terminó aquella danza de letras, palabras y frases, la página blanca de su mesa estaba repleta de personajes que le llamaban por su nombre. Eran tantos que ANA perdió la cuenta de sus nombres. Aquellos personajes le hablaban de estrellas errantes que cruzaban el firmamento en un zigzag, de verdes montes plagados de olivos, de lobos que eran mansos y dóciles leones que se acercaban a ella y le lamían las manos.
Cuando despertó, mientras su papá le acariciaba la frente con ternura, quiso enumerárselos, pero eran tantos… tantos… que ANA se sintió aturdida, confusa, perdida en ese mar de personajes que salieron de aquel libro mágico.
– ¿Sabes papi? –dijo la pequeña ANA. – Ya se cómo se aprende a leer y escribir.
– ¿Sí? – se sorprendió su papá.
– Sí – respondió ANA.
Y le contó la retahíla de personajes que aquella noche habían dormido con ella acariciando sus sueños y cómo salían de un libro mágico encontrado en su cueva repleta de libros. Y empezó a contarle las historias que había soñado. Cómo el lobo y el león y los dragones se arremolinaban en torno a ella mientras lamían sus manos y cómo las estrellas del cielo fulguraban saltarinas de aquí para allá saliendo de las letras, y cómo, al fin, las letras se juntaban formando palabras y frases que se posaban sobre el papel.
Papá asombrado, le dijo:
– Ya sabes contar cuentos, pero solo te falta escribirlos. Por eso ahora mamá te preparará la cartera para ir al cole. Allí es donde te enseñarán a ordenar las letras, las palabras y las frases para que ya, para siempre, los personajes de tus sueños sean siempre tus personajes y no los personajes de otros que te cuentan historias que no son tus historias.
Aquel día la pequeña ANA fue al colegio por primera vez feliz, se sentó en su mesa, abrió su cuaderno de hojas blancas y dibujó sobre el papel estrellas errantes en torno al sol, lunas que se posaban sobre los olivos y soles que emergían de la noche mientras con sus cálidos rayos iban descubriendo tras la oscuridad personajes que llamaban a LUNA por su nombre.
Y así, la pequeña ANA juntó por primera vez, las tres letras de su nombre sobre el limpio papel lleno de personajes: “ANA”.
FIN
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