Cuento Infantil para niños, creado por: Silda Barberá
El niño sin pensarlo más le llevó a la cocina. Y la coliflor dijo:
– Antes de partir hacia el poblado me ha dicho: «Cuando el sol toque de lleno en la casa, ve y llama a la puerta. Te abrirá mi hijo. Le dices que te haga hervir con agua y sal dentro de una olla. pero tú ayúdale porque aunque él es muy listo, es pequeño para hacerlo todo solo». Y aquí estoy….
Sonriendo feliz continuó: – Ya ves que se cumplir bien los encargos.
Finalmente el niño le miró.
Ella continuaba: – ¿Ya sabes que antes de ponerme en la olla me tienes que lavar?
– ¿Por qué?
– Porque estoy sucia.
– No es verdad, estás muy blanca y muy limpia. No es necesario lavarte.
– Piensa que yo estoy al aire libre.
– Mis padres te riegan muy a menudo.
– ¿Y la contaminación?
– Estamos muy lejos de ella, dicen mis padres.
– Nuestra agua es limpia y clara. Son las ventajas de vivir lejos de la ciudad. Esto también lo dicen mis padres.
– De acuerdo. El agua con la que me riegan es clara y pura, pero ¿has pensado con los insectos que se posan sobre mi?
El niño se puso a pensar muy serio al tiempo que contestaba:
– Es verdad, no había pensado en eso. Mi madre nunca me ha dejado cocinar.
– Tú lávate y yo prepararé la olla.
– No puedo, yo no llego a la pila, es muy alta.
– Espera, te pondré esta silla delante del fregadero.
El niño puso la silla delante del fregadero. La coliflor lo miraba toda pícara, algo estaba pensando:
– Ya puedes subir a la silla y lavarte.
– ¿Subir a la silla? Yo no puedo sola, ¿no ves que es muy alta y yo soy pequeña?
– ¿No te ha dicho mi madre que tienes que ayudarme? De momento tú no has dicho nada. Aquí he puesto una silla para que llegues al fregadero.
– ¿Por qué no me coges en brazos y me pones en la silla? Después yo haré un salto dentro del fregadero y podré lavarme.
Se le quedó mirando esperando su aprobación.
– ¿Te parece bien?
– Sí. – Contestó el niño. – Me parece muy bien.
La cogió en brazos y muy dulcemente la puso en la silla.
Al niño le gustó cogerla, era muy fina y muy blanda, pero estaba cansado. Primero la silla, luego subirla a la silla.
Le dijo algo intrigado:
– ¿Quieres decir que no me he cansado más haciendo lo que tú me has dicho?
– No bonito, no. ¿Qué no ves que lo hago para ayudarte?
– Sí, claro. – Muy incocentemente le preguntó: – ¿Qué debo hacer ahora?
– Ahora me vas a coger, pero con mucho cuidado, ¿eh?, ya que soy muy delicada y me puedo deshacer. – Decía seriamente recalcando cada palabra. – Mis migajas son muy buenas. ¿Sabes una cosa?
– No, claro que no. ¿cómo quieres que lo sepa si no me lo dices?. – Dijo molesto.
– Que no llego al fregadero. Me parecía que podía dar un salto desde la silla, pero la pila es demasiado alta.
– Pues, ¿qué debemos hacer?. – Preguntó todo preocupado. – Dime.
– ¿Por qué no me pones sobre el fregadero?
– ¿Y tú que vas a hacer?
– Limpiarme.
– Bueno, así sí.
El niño muy convencido cogió la coliflor, casi sin tocarla para no hacerle daño. Ella le susurró:
– Gracias.
– De nada. Ahora te lavarás, ¿verdad?
– Sí, claro que lo haré. ¿Por qué no me abres el grifo?
– ¿El grifo también? ¿También lo tengo que abrir yo?. – Le dijo enfadado el niño. – ¿Quieres decirme que harás tú para ayudarme?
– Lavarme.
– ¿Eso solo? Esto no es muy trabajo.
– Claro que lo es. No comprendes que soy muy tierna y puedo hacerme daño?
– Si es así,ya está. Ahora debes lavarte. – Dijo abriendo el grifo.
La coliflor no se movía del fregadero y el agua iba chorreando. El niño enfadado le dijo:
– ¿Quieres que haga algo más?
– Enciende el fuego, pon la cazuela con agua y sal. Después me gustaría que me lavaras.
– ¿Yo?
– Sí, tú, venga sé bueno.
El niño muy enfadado encendió el fuego y puso la cazuela con agua y sal.
– ¿Qué más debo hacer? ¿En qué me has ayudado?
– Lávame y lo verás.
– ¿Qué vas a hacer?
– Ponerme dentro de la olla.
– Eso no cuesta nada.
– Ya lo creo que cuesta. Es lo que cuesta más de todo. ¿Crees que es fácil hacerlo? ¿No comprendes que me quemaré entera?
Él se estremece al pensarlo. La cogió suavemente y la lavó. Cuando terminó de lavarla ella le dijo:
– Gracias, amigo mio.
Esa palabra, amigo. El corazón le dio una sacudida. Estas palabras «amigo mío«. ¡Cómo le gustaban!. Se emocionó, se sentía feliz, más feliz que nunca. También era la primera vez en su corta vida que se había enfadado, pero nunca había sentido dentro de su corazón esa agradable sensación de amor, de amistad. Más eufórico y feliz se encontraba.
Finalmente le dijo:
– Bueno amiga. Ya estás limpia, ya puedes ponerte dentro de la olla que hierve mucho.
Al decirlo, el corazón se le encogió. ¿Cómo podía ponerla dentro de la olla y que se quemara? Él no lo haría, decía: – Que lo haga ella.
Para no verlo, se taparía los ojos.
– Me ha gustado que me hayan enviado para ayudarte. He podido conocerte, eres un niño muy bueno y amable, servicial y atento. Ya es hora de tirarme al agua.
Haciendo un salto, se lanzó a la olla, pero el niño rápidamente la cogió al vuelo, al tiempo que le decía:
– ¡Espera! Espera un poco. Es tan agradable hablar contigo… Nunca he tenido ningún amigo. Siempre tengo que escribir, leer y algún día cuando sea mayor, cuidaré de todo, como mis padres. Es bonito vivir aquí con la naturaleza, pero ahora al tener un amigo, he pensado que era muy agradable.
La coliflor lloraba.
– No llores. Jugamos un poco. No pienses que después te tienes que poner en la olla, ahora vamos a jugar, es igual a qué, pero jugaremos.
Y se pusieron a jugar. Él se escondía detrás de las flores.
– A ver si me encuentras. (y reía mucho).
La coliflor hacía ver que no lo podía encontrar, pero ella lloraba.
Él se estiraba en el suelo contento de ver como ella no lo encontraba. Finalmente ella también reía.
– Amigo mío, es muy tarde, Tengo que ir dentro de la olla.
– ¡No!. – Contestó rápidamente el niño. – Ahora soy muy feliz, tengo un amigo y ahora he comprendido que es la mejor riqueza que puedo tener.
La coliflor sonrió muy feliz. Estaba muy emocionada al comprobar que aquel niño la tenía como un amigo. Sin mirar quien era y cómo era. Y se puso a llorar de felicidad.
FIN
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