LA FAMILIA DOMINO

En cierto país lejano, en el castillo del poderoso rey que lo gobernaba, en el más grande de los salones, había una gran estantería, en cuya parte más alta siempre estaba la caja en la que habitaba una familia dominó. Como todos los seres que habitaban el castillo, la familia dominó tenía que cumplir con su trabajo, que consistía en ponerse al servicio del rey y sus amigos cuando se reunían para jugar la partida de dominó.

La familia dominó estaba formada por veintiocho miembros, también llamados fichas, aunque cada uno tenga su propio nombre. Y como en todas las familias, además de su nombre, cada uno de sus miembros tenía su propia personalidad.

Quien mejor conocía a la familia dominó era Cronsos, el sirviente encargado de los juegos del castillo. Cronsos tenía que mantener en perfectas condiciones a la familia dominó, pasar revista a todas las fichas después de cada partida y colocarlos ordenadamente en la caja, que luego depositaba cuidadosamente en la parte más alta de la gran estantería. Conocía muy bien a todos sus miembros por su nombre de ficha, que era fiel reflejo de la personalidad de cada uno. También los conocían bien los jugadores, que se referían a ellos por su nombre y apellido que siempre eran números, aunque a veces utilizaban apodos.

Cronsos sabía cómo debía colocarlos en la caja, mirándolos a la cara cada vez que los recogía. Por ejemplo, sabía que no debía poner juntos al 6-0, al 6-1 y al 5-0, poniendo a otros más equilibrados entre ellos. En realidad, les gustaba estar siempre al lado de otro con quien tuvieran algo en común, por ejemplo, al 3-0 le gustaba tener a un lado al 3-6 y al otro al 4-0, pero tampoco le disgustaba tener 3-5 y al otro al 2-0. Cuando estaban dentro de la caja no era necesarios guardar un protocolo estricto y esto la sabía Cronsos, pero sí era conveniente disponerlos de forma equilibrada.

Mientras permanecían en la caja, todos dormían, juntos, felices y sin preocupaciones, tomando fuerzas para poder soportar las duras sesiones de trabajo, a las que eran sometidos cada vez que el rey y sus amigos jugaban una partida de dominó. Su trabajo comenzaba cuando Cronsos tomaba la caja de la parte más alta de la estantería y la abría, depositando las fichas sobre una pequeña mesa de mármol del gran salón del castillo. Entonces comenzaban los problemas. Eran sacados de su letargo violentamente, obligados a estar boca abajo sobre el frío mármol, mientras eran sometidos a una vertiginosa sesión hasta estresarlos. Después eran seleccionados sin ton ni son por cada uno de los participantes en el juego, que los ponían frente a ellos, uno al lado del otro. Como siempre eran cuatro jugadores los que se repartían a la familia dominó, tocaban a siete fichas cada jugador.

Allí, impotentes, en perfecta formación, mirando a la cara del jugador de expresión incomprensible. Creían saber que eran puestos uno junto a otro por su parecido físico, y que era del agrado del jugador si abundaba el parecido. También habían observado que los miembros más equilibrados no eran muy de su agrado. Pero claro, no podían comprender que, siendo así, fueran seleccionados cuando estaban boca abajo, cuando todos eran iguales por la espalda. En formación se encontraban algo incómodos, por dos razones fundamentales, la primera por la mirada del jugador fija en ellos y la segunda porque no siempre tenían a su lado al miembro de la familia de su agrado. Además, los jugadores no los llamaban siempre por su nombre, como respetuosamente hacía Cronsos, sino que utilizaban apodos en algunos casos.

Lo divertido llegaba cuando los tendían boca arriba sobre el tablero de esa gran mesa del gran salón del castillo. En esta postura y gracias a su vestimenta, no notaban el frío mármol y era muy relajante permanecer acostados unos junto a otros. Allí siempre tenían a su lado algún miembro de la familia que sí era de su agrado, o al menos con el que compartían los mismos puntos de vista. La partida finalizaba cuando algún jugador terminaba de acostar a los suyos o cuando ninguno podía continuar jugando. Entonces se anotaban los puntos los jugadores que no habían ganado. Así una vez tras otra, solo soportable al alternar los momentos de estrés con los de relax.
A pesar de lo agotador del trabajo de la familia dominó, vivían felices porque sabían que después de cada partida vendría su cuidador, Cronsos, el criado comprensivo, generoso y caritativo con ellos, que los depositaría cómodamente en la caja que luego colocaba en la parte más alta de la gran estantería del gran salón del castillo.

Pero a veces, mientras se estaba desarrollando la partida de dominó, o en el momento más inesperado, aparecía Azhar, la hija pequeña del poderoso rey de ese país lejano, a quien temía la familia dominó

Continuará.

Cuento corto escrito por Lucía Nante

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