MANUEL, EL PASTOR DE OVEJAS

La historia de Manuel, es una historia muy simple. Tan simple, que casi nadie se ha percatado de ella. Ni él mismo. Pero hoy os la voy a contar porque yo creo que todas las historias merecen ser contadas.

Manuel es un señor ya muy mayor que nació en un pueblecito muy pequeño del norte de España. Allí nació, se crió, fue a la escuela, más tarde se puso a trabajar en el oficio que le legó su padre, y a éste el suyo, y a éste su padre, y a este el suyo… que es pastor de ovejas. Claro, las ovejas no eran las mismas que las de sus antepasados, pero si el mismo campo donde pastaban, las taínas donde se guardaban por la noche y hasta los grandes pilones donde bebían el agua que había en varios puntos de los caminos.

Fue pasando el tiempo y Manuel encontró una buena mujer –también de su pueblo-, se enamoró, y se casó con ella, y claro se instalaron a vivir en su querido pueblo del que nunca hasta entonces había salido excepto para cumplir el servicio militar, que en aquella época era obligatorio. Aunque tuvo la suerte de que lo tocó en una provincia limítrofe con la suya y siempre que podía, se iba a descansar y a ver a los suyos a su pueblo.

Cuentos cortos - El pastorcillo y las ovejas

Y Manuel y su mujer tuvieron 2 hijos, que se criaron también en el pueblo, y fueron a la misma escuela, pero a diferencia de Manuel, ninguno de sus dos hijos quisieron seguir el oficio de sus antepasados y prefirieron, cuando fueron mayores, trasladarse a la ciudad para estudiar y prepararse para un oficio diferente.

Además a los dos les gustaba mucho viajar, por lo que recorrían pueblos y ciudades, y hasta países y disfrutaban mucho de ello.

Cuando iban a ver a sus padres, les contaban todo eso y Manuel se enfurecía mucho porque creía que sus hijos tenían que seguir manteniendo la tradición familiar, y desempeñar el mismo oficio que él, que a su vez había sido el de su padre, su abuelo, su bisabuelo, y así…hasta no sabía donde empezaba la tradición.

Pero sus hijos le decían que ellos eran más felices haciendo aquello que les gustaba y que les dictaba su corazón.

Manuel montaba en cólera cada vez que les escuchaba, y les decía una y otra vez que qué iba a pasar con las ovejas, quién se encargaría de ellas, para eso se había sacrificado él tanto, comentaba una y otra vez, con la esperanza secreta de que ambos rectificasen y cambiaran de opinión.

Por su parte sus dos hijos, aunque escuchaban con atención a su padre, no lograban ser convencidos por él.

Y esta situación se sucedía cada vez que los hijos iban a visitar a su padre, y se prolongó por un período de varios años.

Y la pena de Manuel era cada vez más honda, ya no sonreía por nada, solo pensaba en sus ovejas y en que pronto tendría que venderlas para que otros pastores las cuidasen porque él se iba haciendo cada vez más mayor y ya no iba a poder hacerse cargo de ellas.

Un día llegó un muchacho por el poblado y vio a Manuel. El muchacho, que se llamaba Daniel, quería ser pastor porque amaba el campo y conocía muy bien el secreto del lenguaje de los animales. Se sentaron y le contó su historia. Cuando era niño, su padre, que era pastor, le llevaba a los montes para que le ayudara y Daniel se fascinaba jugando con las ovejas y aprendió muchas cosas, a ayudar a nacer a los corderitos, a darles de mamar cuando la leche de la madre no era suficiente, a esquilarlas en verano, y hasta a hacer queso con su leche.

Pero Daniel había perdido a sus padres y tuvo que vender las ovejas para poder terminar de estudiar en el colegio. Cuando por fin terminó sus estudios, su sueño seguía siendo ir al monte con un rebaño de ovejas, y por eso le contaba a Manuel esa historia tan triste. Y ahora no sabía qué hacer.

De pronto a Manuel se le iluminó la cara y una amplia sonrisa nació de su boca. Si, ahora sabía que la vida es maravillosa y que todo lo que sucede es por algo y para algo, pensó, en su innegable sabiduría, fruto de tantos momentos de soledad en el monte con su rebaño.

Yo me resistía a que mis hijos siguieron su camino, porque pensaba que el mío era el mejor. No, ahora me doy cuenta que el mejor es el que a uno le permite realizarse y disfrutar realmente con lo que hace.

Mis hijos son inmensamente felices, habiendo elegido lo que a ellos les gusta, yo he sido feliz haciendo lo que a mí me gusta, y ahora aparece este muchacho que también quiere ser feliz haciendo lo que a él le gusta.

Todo eso le vino a la mente como un relámpago, antes de responder a –Yo soy muy mayor y ya no me puedo hacer cargo de mi rebaño, el que he cuidado desde que era un muchacho como tú, y mis hijos han preferido seguir su propio camino, aquel que les llena de satisfacción, por eso te cedo mi rebaño para que tu continúes mi labor.

Daniel no podía creer lo que estaba oyendo. Cerró los ojos y los volvió a abrir por si acaso estuviera soñando. Pero no, todo era real. Frente a él un humilde señor de boina oscura y abarcas algo desgastadas, y con una gran sonrisa en sus labios esperaba su respuesta.

No hizo falta, Daniel y Manuel se fundieron en un largo abrazo, y éste le prometió contarle todos los secretos que había ido conociendo a base de tantos años de soledad y dedicación a lo que más le gustaba en este mundo: ser pastor de ovejas.

FIN

Cuento corto escrito por: Esperanza

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8 pensamientos en “MANUEL, EL PASTOR DE OVEJAS

  1. Dani

    Al final el pastor entendio que todos tenemos que hacer lo que nos gusta. a ver si lo entiende ahora mi mama

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