Cuento Infantil para niños/as, creado por: Andrea Castelán
Yo iba caminando cuando la vi, vi a la niña completamente sola. Instantáneamente me recordó a alguien. Sentí que la conocía, que la había visto en algún otro lado. Me acerqué lentamente a ella para comprobarlo, y al llegar a su lado la dije:
-Disculpa, ¿Te conozco?
Ella ni siquiera levantó los ojos, y me di cuenta que estaba triste.
-No, nunca te he visto. Me dijo sin tan siquiera echarme un perezoso vistazo con una voz aterciopelada y vacía que me quemó todo el cuerpo.
-Ah, disculpa, sucede que eres idéntica a alguien que conozco, pero no recuerdo a quién.
Siguió con la mirada fija en sus pies y no me contestó nada. Por alguna razón, decidí seguir insistiendo y dije:
-Los días han estado muy negros ¿No crees?
-Sí, demasiado negros tal vez. Me dijo de pronto, despertando un repentino interés.
La observé un segundo recorriendo su cara de marfil, me percaté de sus enormes ojeras:
-Oye, tienes que descansar. La dije señalando sus ojos.
Impaciente, me miró por primera vez y me inspeccionó con unos enormes y brillantes ojos verdes que asemejaban la tropical selva del amazonas en época de lluvias. No sé realmente si fue una mirada mal intencionada, pero me miró fijamente, y de golpe, tras un sólo momento de mirarnos fijamente, recordé.
-Ya sé a quien me recuerdas, la dije de pronto sobresaltada, haciendo memoria.
-¿Ah si? Me dijo con nada de interés y un tono burlón. – ¿A quién?
Me incorporé, la sonreí y la dije:
-Te pareces a la luna. Y me fui. Así sin más. Dejándola confundida y perpleja.
Ella, efectivamente se confundió. Se fue a su casa arrastrada por la lluvia, mojándose los pensamientos y sus zapatillas de tela rojas. Llegó y se sentó al borde de la vieja cama. Esperó paciente a las nueve de la noche y recordó a la niña del parque hablando. Así es, me recordó a mi, recordó mi voz. «Te pareces a la luna». Se quedó escuchando ese eco palpitando en su cabeza. Se recostó y cerró los ojos. De pronto, su corazón comenzó a latir rápido. Y lo entendió. Movió los labios lentamente formando una sonrisa, cosa que llevaba tiempo sin hacer, casi había olvidado como se hacía. Cerró los ojos y siguió sonriendo. Y repentinamente, escuchó la melodiosa voz de su madre en un vago recuerdo, era el día en el que ella tenía seis años y la acababan de pillar haciendo una travesura: «Ay niña, eres preciosa, tienes esa sonrisa de media luna que también tenía tu papá, pero ha olvidado como hacerla».
Y lo comprendió todo.
Comenzó a reír a carcajadas, a llorar, a gritar. Abrió los ojos y se dirigió a abrir la empolvada ventana, empapándose la cara de noche, sonriendo, sonriendo de oreja a oreja. La dejó abierta y rompió el seguro, para asegurarse así, de que no la volvería a cerrar nunca más. Arrancó las cortinas de lana que habían pertenecido a su abuela y las tiró al piso. Se acostó en la cama y por fin durmió, entendiendo que nadie alumbraría para ella si ella no lo hacía primero. Entendió que ella era luz. Ella era luna. Ella era su guía y ella era su camino. Ella se tenía que encargar de salvarse, de brillar para ella y para nadie más. Nunca había entendido nada. Nunca se le había acomodado el pardo pelo rojizo. Nunca se le había quitado la testarudez heredada de su abuelo. Pero nunca, nunca había sentido el desorden de la noche y el desorden de su vida tan bonito.
La luna salió de nuevo en el pueblo, y se dice que nunca había estado tan brillante y espectacular como esa noche de junio.
Mientras ella dormía, yo seguía en el parque, jugando con mi sombra causada por la luz de los viejos faros de la calle. De pronto, sentí un conocido calor dándome de lleno en la nuca, me giré y sentí la luz en el pecho, y vi una luna nueva, una luna hermosa, más hermosa que nunca. Recordé entonces a la niña que había visto en el parque a penas esa tarde. Sonreí y dije en voz baja:
-Sabía que había visto a esa niña antes.
Llegué a mi casa, abrí la ventana, saqué mi libreta y un viejo lápiz y la comencé a dibujar, sin borrar la sonrisa de mis desgastados labios.
Esa noche, guiándome con la luz de la nueva luna, fui a su casa y metí el dibujo debajo de su puerta.
La niña despertó con el pelo más enmarañado que de costumbre, y por primera vez, no se pasó el cepillo por el pelo. Antes de irse a la escuela, abrió la puerta para salir a la calle y encontró el dibujo arrugado. Lo observó y se dio cuenta de lo que era. Porque era ella. Era ella trazada en un burdo papel. Lo contempló maravillada, lo volteó y se percató de que tenía una leyenda atrás.
Ella sonrió, se pasó un mechón de pelo rojizo por detrás de la oreja, se ató los cordones de sus zapatilla, que le encantaban pero siempre la habian quedado grandes, guardó el dibujo en su bolsillo y siguió iluminando al pueblo para siempre. Salvando mundos y universos. Pero sobre todo, salvándose ella. Salvando a su pequeño pueblo por el resto de las muchas noches que quedaron.
Su ventana sigue abierta, y procura guardar una foto de su papá debajo de la almohada. Esa foto que sacó del viejo álbum de su abuela. Esa foto en la que salé él sonriendo, en la que sale con la luna proyectada en los labios. Siendo, a fin de cuentas, un superhéroe que perdió su capa hace mucho tiempo.
Ella, por cierto, nunca ha ocupado una capa. Cuando tiene ganas de ponerse una, se arropa de la noche y sonríe fuerte. Porque sabe, que un verdadero héroe no salva a grandes masas. Ahora ella sabe, que un super héroe se aprende a salvar de él mismo.
Y su sonrisa de luna, es la mejor capa que jamás se va a poder poner.
Luna, no dejes de brillar nunca.
Fin
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No LO LEI TODOO PERO SI ME GUSTO SIENTO Q EL;) LO ESCRIBIO TIENE MICHA IMAGINACION… :-] NO PIERDAS TUS FANTACIAS DE EXPRESAR TUS SENTIMIENTOSYo iba caminando cuando la vi, vi a la niña completamente sola. Instantáneamente me recordó a alguien. Sentí que la conocía, que la había visto en algún otro lado. Me acerqué lentamente a ella para comprobarlo, y al llegar a su lado la dije:
-Disculpa, ¿Te conozco?
Ella ni siquiera levantó los ojos, y me di cuenta que estaba triste.
-No, nunca te he visto. Me dijo sin tan siquiera echarme un perezoso vistazo con una voz aterciopelada y vacía que me quemó todo el cuerpo.
-Ah, disculpa, sucede que eres idéntica a alguien que conozco, pero no recuerdo a quién.
Siguió con la mirada fija en sus pies y no me contestó nada. Por alguna razón, decidí seguir insistiendo y dije:
-Los días han estado muy negros ¿No crees?
-Sí, demasiado negros tal vez. Me dijo de pronto, despertando un repentino interés.
La observé un segundo recorriendo su cara de marfil, me percaté de sus enormes ojeras:
-Oye, tienes que descansar. La dije señalando sus ojos.
Impaciente, me miró por primera vez y me inspeccionó con unos enormes y brillantes ojos verdes que asemejaban la tropical selva del amazonas en época de lluvias. No sé realmente si fue una mirada mal intencionada, pero me miró fijamente, y de golpe, tras un sólo momento de mirarnos fijamente, recordé.
-Ya sé a quien me recuerdas, la dije de pronto sobresaltada, haciendo memoria.
-¿Ah si? Me dijo con nada de interés y un tono burlón. – ¿A quién?
Me incorporé, la sonreí y la dije:
-Te pareces a la luna. Y me fui. Así sin más. Dejándola confundida y perpleja.
Ella, efectivamente se confundió. Se fue a su casa arrastrada por la lluvia, mojándose los pensamientos y sus zapatillas de tela rojas. Llegó y se sentó al borde de la vieja cama. Esperó paciente a las nueve de la noche y recordó a la niña del parque hablando. Así es, me recordó a mi, recordó mi voz. “Te pareces a la luna”. Se quedó escuchando ese eco palpitando en su cabeza. Se recostó y cerró los ojos. De pronto, su corazón comenzó a latir rápido. Y lo entendió. Movió los labios lentamente formando una sonrisa, cosa que llevaba tiempo sin hacer, casi había olvidado como se hacía. Cerró los ojos y siguió sonriendo. Y repentinamente, escuchó la melodiosa voz de su madre en un vago recuerdo, era el día en el que ella tenía seis años y la acababan de pillar haciendo una travesura: “Ay niña, eres preciosa, tienes esa sonrisa de media luna que también tenía tu papá, pero ha olvidado como hacerla”.
Y lo comprendió todo.
Comenzó a reír a carcajadas, a llorar, a gritar. Abrió los ojos y se dirigió a abrir la empolvada ventana, empapándose la cara de noche, sonriendo, sonriendo de oreja a oreja. La dejó abierta y rompió el seguro, para asegurarse así, de que no la volvería a cerrar nunca más. Arrancó las cortinas de lana que habían pertenecido a su abuela y las tiró al piso. Se acostó en la cama y por fin durmió, entendiendo que nadie alumbraría para ella si ella no lo hacía primero. Entendió que ella era luz. Ella era luna. Ella era su guía y ella era su camino. Ella se tenía que encargar de salvarse, de brillar para ella y para nadie más. Nunca había entendido nada. Nunca se le había acomodado el pardo pelo rojizo. Nunca se le había quitado la testarudez heredada de su abuelo. Pero nunca, nunca había sentido el desorden de la noche y el desorden de su vida tan bonito.
La luna salió de nuevo en el pueblo, y se dice que nunca había estado tan brillante y espectacular como esa noche de junio.
Mientras ella dormía, yo seguía en el parque, jugando con mi sombra causada por la luz de los viejos faros de la calle. De pronto, sentí un conocido calor dándome de lleno en la nuca, me giré y sentí la luz en el pecho, y vi una luna nueva, una luna hermosa, más hermosa que nunca. Recordé entonces a la niña que había visto en el parque a penas esa tarde. Sonreí y dije en voz baja:
-Sabía que había visto a esa niña antes.
Llegué a mi casa, abrí la ventana, saqué mi libreta y un viejo lápiz y la comencé a dibujar, sin borrar la sonrisa de mis desgastados labios.
Esa noche, guiándome con la luz de la nueva luna, fui a su casa y metí el dibujo debajo de su puerta.
La niña despertó con el pelo más enmarañado que de costumbre, y por primera vez, no se pasó el cepillo por el pelo. Antes de irse a la escuela, abrió la puerta para salir a la calle y encontró el dibujo arrugado. Lo observó y se dio cuenta de lo que era. Porque era ella. Era ella trazada en un burdo papel. Lo contempló maravillada, lo volteó y se percató de que tenía una leyenda atrás.
Ella sonrió, se pasó un mechón de pelo rojizo por detrás de la oreja, se ató los cordones de sus zapatilla, que le encantaban pero siempre la habian quedado grandes, guardó el dibujo en su bolsillo y siguió iluminando al pueblo para siempre. Salvando mundos y universos. Pero sobre todo, salvándose ella. Salvando a su pequeño