Cuento Infantil para niños/as, creado por: Cristina López
Tirado sobre la hierba del parque, Marcos buscaba con la ayuda de su lupa las huellas del pérfido bandido que había secuestrado a la princesa.
– ¡Te encontraré malvado! Exclamó reptando sobre sus brazos para encontrar esa pista que le llevara hasta él.
Cuando el sonido de un suspiro lastimero le desconcentró de su labor de detective explorador, giró sobre su cuerpo para ver de dónde provenía y descubrió que era una pequeña arañita la que parecía tan afligida como para hacer audibles sus sollozos desde el suelo.
Enfocándola con la lupa vio cómo se enjugaba las lágrimas con un diminuto pañuelo blanco, y aunque a Marcos no le gustaban nada las arañas no pudo evitar acercarse para preguntarle al verla tan triste.
– ¿Qué te pasa arañita? ¿Por qué lloras? -Preguntó preocupado.
La arañita dejó de llorar y pareció asustarse al ver el gran ojo de Marcos aumentado por la lente de aquel objeto con el que la apuntaba. Al verla retroceder sobre sus ocho patitas, Marcos retiró la lupa y siseó para tranquilizarla.
– No te haré daño. – Le aseguró subiendo las manos en son de paz.
Sus palabras parecieron causar efecto, dejó de alejarse y suspiró mirando al niño que esperaba paciente a que le contara el motivo de su desdicha.
– Desde que no cantan los pájaros mis patitas han perdido la alegría, ya no tejen con hilos de vivos colores. Ahora todo lo que hago queda de un triste tono gris. – Le explicó apenada. – Mis bebés arañitas quedarán muy serios y aburridos con estos jerséis de color ceniza.
Marcos apretó los labios y se acercó un poquito más para ver que era cierto lo que decía, la seda de la arañita había perdido todo el color, se giró hasta quedar tendido en la hierba y así comprobar si todo lo había escuchado era verdad. Bajo la gran sombra de los frondosos árboles del parque no se escuchaba ni un solo trino, no había jolgorio como en días anteriores, no había señal de ninguno de los múltiples pajaritos que cantaban allí a diario. ¿Cómo podría haberle pasado por alto a un gran explorador como él?
Extrañado ante lo que acababa de descubrir se giró de nuevo hacia ella.
-¿Qué les ha pasado, arañita? ¿Por qué ya no cantan los pájaros? ¿Se han marchado todos? – Preguntó sin apenas respirar.
– Parece que sí, ya no queda ninguno. No sé dónde habrán podido ir a parar. – Suspiró levantando sus ocho hombros. – Solo sé que sin ellos ya nada será igual.
La arañita tenía toda la razón, el parque ya no sería el mismo si los pájaros no volvían y lo alegraban con sus canciones. Ya no podría ver cómo se acercaban a la fuente para beber agua con el piquito, ni comerse las miguitas de pan que quedaban en el suelo cuando se terminaba la merienda.
– No te preocupes, yo averiguaré dónde se encuentran y los traeré de vuelta. – Se comprometió con una sonrisa.
La dejó con algo más de consuelo y se levantó de la hierba para empezar a cumplir su cometido.
Tenía que ser hábil para poder descubrir aquel misterio, poner en práctica todas sus técnicas de buen explorador, para ello era necesario agudizar todos sus sentidos: vista, oído, tacto, olfato y gusto… ¿gusto?, dudó.
– Claro, ¡gusto! – exclamó una vez resuelto cómo podía emplearlo, sacó de su bolsillo un paquete de galletas y empezó a mordisquear una como si fuese un ratoncillo. – Necesitaré energía para poder emplearme a fondo.
Sin hacer caso a las miguitas que iba dejando a su paso, fue caminando mientras miraba a la copa de todos los árboles que encontraba en busca de algún pajarito pero no había ni rastro de ellos, y así fue recorriendo uno, dos… y hasta veinte pero allí no había nada de nada.
– ¡Eh! ¡Oye! – escuchó una pequeña voz intentando llamar su atención.
Miró en todas direcciones hasta que se topó con una hilera de hormigas que le habían seguido hasta allí. Se volvió a agachar para quedar más cerca de la que movía una patita para señalarle donde estaba.
– ¡Hola! – exclamó la hormiga mientras todas sus compañeras esperaban en silencio. – Te hemos escuchado antes y hemos seguido tu rastro de galleta.
Marcos se fijó un poco más en la fila de hormigas, parecían fatigadas como si hubieran corrido una maratón.
– Nosotras también queremos que vuelvan a cantar los pájaros, nos levantamos todos los días muy temprano para recoger alimento que llevar a nuestro hormiguero, trabajamos duramente sin descanso hasta que se pone el sol y desde hace ya tres días tenemos que hacerlo en silencio, sin esa alegre melodía que nos hacía nuestra labor más llevadera. – admitió llevándose una patita al pecho. – Mis hermanas y yo queremos que vuelvan, queremos que los traigas de vuelta.
– De momento no he encontrado ninguno. – dijo Marcos un poco cabizbajo. – No hay ramas caídas recientemente que me indiquen la dirección que debo tomar.
– Por eso te hemos seguido, para ayudarte.
Continuará……………….
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