Cuento Infantil para niños, creado por: Cristina López
La carpa esperó paciente a que el niño formulara su cuestión.
– ¿Cómo lo haces para poder nadar río arriba?. Preguntó finalmente.
– Es cuestión de perseverancia. Le respondió la carpa. – Si luchas con ahínco por lo que quieres sin dar tu brazo a torcer conseguirás lo que te propongas y no habrá obstáculo que te impida continuar. Le explicó con gran sabiduría. – Te volverás fuerte como yo.
Marcos comenzó a reír divertido cuando la carpa movió sus aletas como si fuese un culturista, no solo era sabia y fuerte, sino también tremendamente graciosa. Se despidió de ella volviendo a agradecerle su ayuda y continuó para que sus pasos lo llevaran hasta el bosque. Apenas había avanzado, se encontró con una pared de rocas infranqueable, no sería posible escalarla, pues sus pies resbalarían sin poder adherirse a la piedra para poder trepar por ella. Recordando las palabras de la carpa que acababa de dejar se negó a que ese obstáculo le impidiera continuar y fue recorriendo la pared buscando alguna parte por donde poder pasar, entonces se topó con una apertura en la roca, un túnel que parecía adentrarse en ella para poder pasar al otro lado. La oscuridad de su interior dejó paralizado a Marcos, no se veía nada y tuvo que reconocer que hasta un detective explorador tan valiente como él. Se acercó con sigilo a la entrada y cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad detectó unos pequeños puntitos de luz que se movían por el aire como si fueran bombillas diminutas flotando sin caer.
– ¡Vaya! – Exclamó ante la sorpresa de su descubrimiento con los ojos bien abiertos. – ¡Qué maravilla! – Expresó encantado.
Su temor se disipó y fue capaz de adentrarse en la cueva despacio pero con paso firme para poder acercarse más a esas luces tan bonitas. Los puntitos empezaron a danzar a su alrededor, parecían agitadas y a la vez muy contentas.
– Nos alegramos de que hayas llegado hasta aquí. – Le dijo una de las luces acercándose hasta su cara y quedándose quieta para que pudiera verla.
– ¿Eres…? Dudó Marcos.
– Una luciérnaga. Contestó la luz arrimándose un poquito más y posándose brevemente en su nariz. Con los ojos torcidos Marcos vio como el bichito que emitía luz se fue alejando para quedar de nuevo a la altura de sus ojos. Pestañeó para aclarar su vista de nuevo y poder fijarse nuevamente en la luciérnaga.
– Nunca había visto una luciérnaga. Sois muy bonitas.
– Gracias por el cumplido, te estábamos esperando. Contestó centrándose de nuevo en la llegada del niño. ¿Cómo podrían saber que se encaminaba hasta allí aquellos insectos? La luciérnaga que tenía frente a él resolvió su duda mientras el resto seguía volando a su alrededor.
Las hormigas avisaron de tu partida a un mosquito que pasaba por allí, él llegó volando y trasmitió el mensaje a las abejas, ellas nos alertaron para que estuviésemos dispuestas a tiempo para alumbrar tu camino hasta el bosque.
Las luciérnagas se unieron consiguiendo una luz mucho más potente que iluminó toda la estancia y Marcos quedó alucinado al ver ante sus ojos como aquellas simples lucecillas habían ganado tanta luminosidad al juntarse entre todas formando un equipo. La esfera de luciérnagas voló por delante de Marcos guiándole hacía donde la cueva terminaba de atravesar el grueso muro de piedra y comenzaba a ascender para llevarles al fin hasta el bosque.
– ¡Adiós luciérnagas! Se despidió encantado de haberlas conocido.
Marcos vio la primera fila de grandes y robustos árboles, seguidos tras ellos de más y más, decenas, cientos, tantos que apenas dejaban ver a través de ellos algo más que no fueran troncos gordos de corteza dura y agrietada. Consciente de que por fin había llegado al bosque se quedó bajo los primeros mirando hacia arriba sus grandes copas, esperando encontrar algún sonido de aquello que venía buscando. Solo encontró un silencio inusual ante la ausencia de las aves que habían desaparecido repentinamente de todas partes.
Se fue internando en el bosque, rastreando aquellos lugares por donde pasaba y dejando unas pequeñas marcas clave para poder regresar sin perderse. Miró en las rocas, en la hierba, entre flores y matorrales hasta que encontró unas pisadas de animal cerca de uno de aquellos árboles. Por el tamaño de estas supo que no debía ser muy grande, siguió su pista hasta el pie de un árbol vecino por el que debía haber trepado, pues ahí se perdía su rastro. Amplió su círculo de exploración y observó en el suelo varias cáscaras de nueces y bellotas que alguien había dejado esparcidas tras comerse el fruto seco de su interior, cuando justo en ese momento una almendra cayó desde lo alto del árbol impactando en su cabeza.
– ¡Au! Se quejó frotándose lo que más tarde se convertiría en un chichón. No era la copa de un almendro lo que tenía arriba de su cabeza lesionada, sino un pino. ¿Cómo podría haberle caído entonces una almendra?
Correteando con ligereza a través de las ramas hasta llegar al tronco por donde bajó para recoger el fruto perdido, llegó hasta él una ardilla de enorme cola peluda
y morrito de roedor.
– Lo siento. Se disculpó el animal con la almendra ya entre las patas delanteras. – Creo que te ha caído encima, ¿verdad?
– Sí, duele. – Se quejó Marcos sin parar de frotarse.
– Se me escapó mientras guardaba el resto. -Se excusó con disimulo mientras todavía tenía restos de comida en ambos carrillos. – ¿Qué haces solo en el bosque? – Preguntó curiosa. Marcos contó nuevamente la historia que lo había llevado hasta allí con la esperanza de que la ardilla supiese algo más acerca del gran misterio.
– ¿Cuándo fue la última vez que viste o escuchaste a un pájaro? – Preguntó al final de su relato.
– No hace mucho, apenas unas horas mientras subía hasta lo más alto de aquel nogal, la nuez más grande que te puedas imaginar pendía de la rama más alejada del suelo. El recuerdo del manjar que debía haber acabado en su barriga la hizo acariciarse esta formando círculos con una gran sonrisa en la boca. – Allí vi un pajarito, me extrañó mucho que no hubiese ninguno más con él, pero tenía que ocuparme de conseguir la enorme nuez antes de que alguien pudiera verla y arrebatármela. La historia que acababa de contarle el niño hizo que sus mejillas peludas se sonrojaran mostrándose algo avergonzada.
– Por favor, llévame hasta ese nogal, enséñame a subir por él para llegar hasta ese último pájaro. Le pidió.
La ardilla subió por su brazo, giró sobre su cuello haciéndole cosquillas y se situó en su cabeza cogiéndose a su pelo con las patas delanteras, olvidándose de esa almendra por la que había bajado hasta allí.
– Es ese de ahí. Le mostró decidida alargando su pata en la dirección correcta. – Camina hasta él.
Como le había dicho su nueva ayudante, Marcos caminó entre los árboles hasta llegar al nogal. Fue subiendo por el tronco hasta llegar a las primeras ramas, un fuerte olor a humo empezó a acompañarles en su ascenso haciendo que Marcos comenzara a toser, sus ojos empezaban a ver turbio entre toda aquella niebla que se había formado en lo alto y que desde abajo no se podía intuir. Entonces la ardilla fue orientándole, eligiendo las ramas más cercanas por donde debía subir y él las palpaba para comprobar que realmente estaban allí, apenas podía distinguir nada, una a una iban continuándose hasta arriba de la copa del árbol. Cuando Marcos llegó a su cima, sus ojos lloraban por el humo y apenas podía respirar.
La historia del roedor era cierta, allí había un pequeño pájaro de pico rojo y plumas grises moteadas de blanco.
– Al fin te encuentro pajarito. Dijo Mar
cos al acercarse a él. – ¿Qué ha ocurrido? Todos los de tu especie habéis abandonado el parque, incluso los árboles del bosque. Echamos de menos vuestras alegres melodías.
El pájaro se giró para mirar con interés al recién llegado que acababa de hablarle, era uno de ellos, uno joven que parecía preocupado por sus palabras, quizás no estuviera todo perdido, se esperanzó.
– No hemos tenido más remedio que marcharnos. Contestó afligido. – Como has podido comprobar no es agradable respirar este aire. Lo que respiras aquí conmigo es el aire en el que tenemos que vivir, apestado por el humo de vuestras ciudades. Una capa espesa se amontona en lo alto, y cuando más subes más empeora. Le explicó el pajarito con una gran pena. – Antes los árboles podían hacerle frente y depurarlo para nosotros, pero cada vez está más contaminado y apenas dan abasto para poder limpiarlo.
– Esto es un desastre… Comprendió Marcos tras las palabras del pajarito. – No se puede vivir así, ahora entiendo que tengáis que marchaos. ¿A dónde iréis?
– No sabemos donde, todavía no hemos encontrado un lugar libre de humo, pues poco a poco se ha ido extendiendo y ya lo abarca todo. Añadió cerrando los ojos y negando con la cabeza.
– No hay derecho, no es justo que tengáis que pagar las consecuencias de esta contaminación. Se mostró enfadado Marcos.
– Ayúdanos a pararlo, si lo detienes y haces que vaya a menos, los árboles podrán de nuevo funcionar sin saturarse y podremos continuar alegrando vuestros días con nuestro cantar.
– Pero, ¿qué puedo hacer yo? Solo soy un niño, nadie hará caso a lo que yo diga.
– Yo soy solo un pájaro, y hacer guardia en este árbol ha funcionado para hacerte conocedor del inmenso problema al que nos enfrentamos. Tienes que intentarlo, eres nuestra última esperanza.
Claro que quería intentar salvarlos, pues si no lo hacía sabía que sus días estarían contados, así Marcos se envalentonó, y recordó todo lo aprendido en su viaje hasta el bosque, como todos los animales e insectos había cooperado con él.
Recorrió el camino de vuelta y en vez de regresar al parque, sus pasos lo llevaron hasta lo más alto de la montaña donde todos pudieran escucharle, de nuevo allí sintió el aire contaminado y su fuerza por conseguirlo creció al igual que su deseo de poder volver escuchar a los pájaros cantar.
– ¡BASTA!. Gritó
Y su grito estalló en en cielo, y se escuchó en toda la Tierra como un desgarrador alarido. Asomados todos a las ventanas, frenados en la acera, se agolparon para saber qué sucedía, mirando con atención al lugar de donde procedía aquel grito de alerta.
– ¿Alguien recuerda cuando fue la última vez que escuchasteis cantar a un pájaro?
El murmullo se generalizó mientras todos trataban de hacer memoria buscando la respuesta a esa sencilla pregunta. Encogidos de hombros todos reaccionaron igual, negando con la cabeza, pues nadie se había fijado en su ausencia hasta el momento.
– Es cierto, no se les escucha. Gritó un señor desde abajo. Ni siquiera se les podía ver en el cableado eléctrico donde siempre descansaban de su vuelo.
– ¡Y no los volveremos a escuchar si no ponemos remedio! Nuestros humos están echando a perder el aire donde viven, yo mismo he comprobado lo dificultoso que es respirar así, por eso se han marchado. Nos levantamos todos los días de nuestra cama y nos empeñamos en vivir tan solo viendo lo que tenemos delante, solo lo que creemos que nos concierne, si algo no nos afecta ¿por qué tendría que importarnos? Tal vez a muchos de vosotros no os importe lo más mínimo poder vivir sin la existencia de las aves, pero debéis saber que el problema tarde o temprano acabará afectando a todos por igual, nadie podrá vivir si la pésima calidad del aire que respiramos empeora, y poco a poco sufriremos más las consecuencias de nuestros propios actos. Precisamente que fuese un niño quien recriminara sus acciones egoístas provocó más y más murmullos, que se fueron convirtiendo en reproches entre unos y otros y disputas que acabaron en terribles discusiones sin sentido que no servían para nada. El suspiro de decepción de Marcos sonó mucho más fuerte que el sonido inicial y todos quedaron en silencio mirándolo sin saber qué decir.
– Esa es vuestra típica reacción, echaros la culpa unos a otros no servirá para poner solución a nada.
– ¿Qué podemos hacer? – preguntó una mujer que había quedado al margen de la discusión.
– Asumid nuestra responsabilidad, todos sabemos lo que debemos hacer, si cada uno de nosotros lo aplica desde su posición, entre todos conseguiremos reducir el problema.
Esta vez, fueron todos los que agacharon la cabeza, los murmullos se repitieron pero en ellos parecían aportar sus conocimientos para reducir la contaminación, aquel niño tenía razón, conocían perfectamente qué debían hacer para poner solución a ese problema y sin embargo casi nadie hacía nada. Asumieron su culpa y se comprometieron a poner de su parte. Así Marcos bajó conforme de la montaña para poner en práctica también todo lo que estuviera en su mano.
Pasaron dos semanas Marcos buscaba pistas que le llevaran hasta el malhechor que había secuestrado de nuevo a la princesa, esa vez sí que acabaría con él sin que nada pudiera interrumpirle, pues desde lo alto de los árboles los pájaros cantaban mejor que nunca.
FIN
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