Cuentos cortos para niños escritos por: Mª. Carmen Cardeñoso.
Felisa, es una lagartija de corta edad, risueña, alegre, muy coquetona; todos los días se pone un lacito al final de su cola, cada día de un color: para el lunes rosa, para el martes azul, para el miércoles amarillo, para el jueves verde, para el viernes blanco, para el sábado malva y para el domingo rojo.
Le gusta salir al jardín de su casa, sin hacer nada, sólo disfrutar del sol. Sus amigos, cuando la ven, la saludan: ¡Hola Felisa! ¿Qué tal? Y ella siempre responde con mucha alegría: ¡muy bien, muy bien!
¡Cómo pega el sol! -dice la lagartija Felisa- yo me escondo, no quiero quemarme.
El sol luce esplendorosamente, extiende todos sus rayos, les alarga y alarga para que se metan por todos los rincones del planeta, y así los seres que lo pueblan se dan cuenta de su enorme poder.
La lagartija Felisa se mete en su casita fresca, tranquila, acogedora… Su sofá es una joya: blandito y cómodo, especial para tumbarse. Está tan cansada…
El sol y el calor la han agotado. Responde a la llamada de su sofá y decide recostarse, se va a regalar una pequeña siestecita; cuando se despierte verá todo de otra manera, estará descansada, podrá afrontar con más ánimo el resto de la tarde; tendrá ganas de hacer cosas, de jugar, hablar, correr… ahora mismo es incapaz. Le pesan los párpados, poco a poco entra en el reino de los sueños, poco a poco…
Empieza a soñar con un pueblecito pequeño, aquel pueblecito del que tanto le hablaba su abuelita, de casitas blancas con tejados rojos, todas en hilera, todas guardando una perfecta armonía, indicando calles y callejuelas, todas adoquinadas, todas tranquilas en la hora de la siesta… y en el que, justo en el centro, estaba situada la plaza con su ayuntamiento. En esta plaza había una fuente con cinco caños por los que caía agua alegremente, procedente de un manantial que llegaba de las montañas cercanas, montañas que, con el comienzo del otoño, se cubrían con un manto de nieve que las arropaba, y que desaparecía cuando la primavera hacía su presencia.
Continuará…
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que lindos cuentos. Me gustan