EL HOMBRE GITANO

Le encantaba su barrio. No podía ser más divertido ni más alegre.

Allí todos tocaban las palmas y la guitarra. A esta, la daban la vuelta y como si nada, seguían tocando.

La pena, si es que había alguna pena, era que no les sobraba nada, claro tampoco les faltaba. Estaban preparados para afrontar cualquier situación y así se sentían más felices.

Un día alguien salió de la casa gritando.

¡Sálvese quien pueda! ¡Sálvese quién pueda!

Todos salimos de casa, claro, los pocos que estábamos dentro ya que nosotros vivimos mucho fuera, en la calle.

Mirábamos para todos los lados y no veíamos nada, solo al señor que seguía gritando.

¡Sálvese quién pueda!

Mi abuelo que es muy respetado por su edad, se dirigió a él con paso firme y sereno, y le preguntó.

Raimundo. ¿Se puede saber que te pasa?.

¡He oído en la radio que el fin del mundo se acerca!. Y siguió gritando.

¡Sálvese quién pueda!

¡Como si no le hubiésemos oído ya!

Mi abuelo sin cambiar el semblante le dijo.

¡Ya! Y me podrías decir… ¿de qué manera se va a acabar el mundo?

Señor Diego, ¡Que preguntas hace usted! ¡Pues yo que sé!

Y si no se acabara el mundo, ¿tu que harías?

Pues seguiría esperando a que se acabase.

Raimundo y si lo piensas más tranquilamente, ¿No es eso lo que esperamos todos antes o después?

¡Qué orgulloso me sentía yo de mi abuelo al contemplar como le iba calmando!

Pues a decir verdad, ¡tiene usted razón Sr. Diego!

Y sabiendo esto, ¿tú gritas sálvese quién pueda?

Pues no Señor Diego, ya no.

Entonces cálmate, vuelve a tu casa, que para morirnos tiempo tenemos.

La muerte. Hablar de la muerte a los gitanos es como mentar al diablo, o incluso peor. ¡Le tienen pánico!. Mi abuelo dice que es algo tan natural como el nacer. Claro que se siente muchísimo cuando alguien a quién quieres se va o corre el peligro de irse, pero no por eso, tú tienes que dejar de vivir.

La muerte es la transformación del alma. Cuando mueres el alma que estaba dentro de ti se eleva y va al cielo, y desde allí continua en contacto con nosotros, por eso dicen que nuestros familiares difuntos, abuelos, tíos… que han desparecido, nos cuidan desde el cielo. Y es verdad. Además están deseando que les pidamos algo para concedérnoslo. Haz la prueba, claro tonterías no valen.

Juan de Dios, ¿Que haces ahí tan tranquilo? Vete a jugar con los demás niños.

Su madre paró en seco sus pensamientos.

Cuando se encontró con los demás niños, la conversación que tenían era sobre los gritos de Raimundo. ¡Qué bien le imitaban algunos!

FIN

Cuento corto escrito por: María del Mar Rodilla.

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