Cuento Infantil para niños y niñas, escrito por: Luis Muñoz
Había una vez un país llamado Duendislandia, donde habitaban seres muy pequeños. Se hacían llamar duendes, pero aunque eran muy pequeños tenían una intelectualidad sorprendente. Ellos eran portadores de sus propios inventos, vivían en buena armonia y no les faltaba de nada.
Todos eran muy listos y mañosos, pero entre ellos había un duendecillo que sobresalía en sabiduría sobre los demás.
Este personaje le decían todos el Duendecillo Sabio, pero él no era feliz porque decía:
– «Para que quiero tanta sabiduría si no se la puedo trasmitir a los demás».
Por ello, un día dejó su país y se fue en busca de aventuras, se colgó su mochila y partió rumbo a lo desconocido. Caminando y caminando, llegó a una aldea de personas normales en estatura y corpulencia; no como él que era muy pequeño. En esta aldea se mezcló entre sus habitantes que le miraban con recelo, pero no por ello tubo miedo, sino que les observó con pena, ya que ninguno de ellos sabía leer ni escribir; por ello les ofreció a enseñarlos. Los vecinos accedieron porque no perdían nada con probar.
El duende adaptó unas naves abandonadas en escuelas donde todos iban a aprender, pequeño y mayores. A los pocos meses ya no parecían los mismos, sabían leer y escribir. A los niños les enseñó infinidad de juegos para entretenerse; a las mujeres y hombres les enseñó a coser, a cocinar, a leer, escribir, etc.
La convivencia con ellos era excelente, el duendecillo estubo con sus vecinos durante tres años más y así les enseñó muchas más cosas que ellos no sabían y deseaban aprender.
Un día, viendo el duende que ya no tenía nada más que enseñarles, se despidió de los aldeanos para seguir rumbo a otras tierras, los vecinos lloraban su marcha porque habían aprendido mucho de aquel personaje.
El duendecillo siguió caminando en busca de nuevas aventuras y divisó un pueblo de labradores. Éstos cultivaban la tierra con hazadas. Él veía que el trabajo era enorme, por ello, le propuso hacer unos arados de madera con púas. Al principio lo miraban extrañados y pensaban:
– «¿Como un ser tan pequeño puede enseñarnos técnicas nuevas?».
Pero al final accedieron y les enseñó el sistema de arado, que tirando por caballerías labrarían mejor la tierra; y cuando vieron los resultados se quedaron encantados.
También les enseñó a que pudieran hacer el pan, con una enorme piedra y con una mula tirando y dando vueltas para machacar el trigo hasta hacerlo harina. Ellos anteriormente lo hacían machacando los trigos con mazas, lo cual llevaba mucho trabajo y peor resultado.
También les enseñó a construir un horno para hacer el pan, pues los labradores lo hacían con una especie de sartén al fuego.
Con los labradores estuvo conviviendo unos cuatro años, les enseñó muchas cosas más que él sabía.
Al final comprobó que ya no podía enseñarles más y se despidió de los habitantes del pueblo, que en su marcha le vitoreaban dándole las gracias, como a un personaje fuera de lo normal en sabiduría y corazón.
Nuevamente se puso en camino para enseñar sus dotes de sabiduría a otros seres de la tierra, hasta encontrar a un pueblo; si así se podía llamar, porque vivían como los hombres primitivos, en cuevas escabadas en la montaña. Dormían, comían y se sentaban en el suelo.
El Duende sabio les propuso hacer con piedras viviendas para habitar con más comodidad. Los primitivos le hicieron caso y accedieron. Al año siguiente tenían casi todo el poblado terminado. También les enseñó a fabricar camas con maderas de los troncos de los árboles; así como sillas y toda clase de muebles. Al cabo de dos años parecía un pueblo de verdad.
Como sus habitantes vivían cerca del mar y los hombres pescaban con cañas tardaban mucho en pescar y con mucho trabajo. Les enseñó a construir unas barcazas para pescar y con redes hechas de cuerdas pescaban mucha cantidad.
En este pueblo el duende estuvo habitando durante diez años. Durante este tiempo el duende sabio se hizo viejecito y ya no puso seguir a otras tierras para enseñar y demostrar su sabiduría. Así que aquí terminó su andadura el pequeño personaje, como bienhechor de otras personas diferentes a él.
FIN
– Posdata: Debemos aprender que no por su forma o tamaño una persona no puede hacer el bien a la humanidad, todos somos necesarios, siempre tenemos que ayudarnos los unos a los otros.
Comparte este cuento infantil con tus amigos en Facebook, Twitter, Google+,… o por Email, con el botón correspondiente a cada red social. Gracias.