Cuento Infantil para niños/as; escrito por: Dalia Gutiérrez
Erase una vez una linda caja de colores que había sido llevada a la oficina de correos de México, donde iba a emprender su viaje a Brasil. No era tan pequeña, más bien semejante al tamaño de una caja de zapatos de niño, pero dentro tenía cosas muy asombrosas y valiosas.
Se había hecho llamar a sí misma Pipoca y se encontraba muy emocionada por emprender su viaje, y más que nada por llegar a su destino y entregar lo que llevaba dentro.
Primero la llevaron a un cuarto donde había más cajas como ella. Pipoca estaba muy feliz y quería conocer a todos los que estaban ahí.
-¡¡¡Hola!!! Yo me llamo Pipoca y voy a viajar a Brasil. – Dijo la caja.
Así empezó a saludar a los demás, conoció a muchas cajas de todos los colores y tamaños, que iban a viajar a muchos lados del país y otras más que irían a diferentes partes del mundo. Sabía que iba a ser una aventura extraordinaria.
Pipoca se hizo amiga de Fofinha, una caja más pequeñita que iba hasta Irlanda. Un día estaban hablando, Pipoca le pidió a Fofinha que viera lo que estaba escrito en ella, pues Pipoca no alcanzaba a mirar. Fofinha le dijo que la persona a quien iba dirigida se llamaba Muranga. Desde ese instante Pipoca comenzó a imaginarse cómo sería Muranga.
Juntas pasaron los primeros días, pero en la Ciudad de México se tuvieron que separar. Las dos se quedaron muy tristes, pero Pipoca le dijo que tenían que seguir sonriendo, pues debían llegar a su destino con alegría.
Más tarde, Pipoca conoció a otras cajas que iban a Brasil, justo como ella y eso la puso aún más feliz. Juntas subieron al avión y fueron acomodadas. Estaban un poco incómodas, pero a Pipoca no le importaba, sabía que el viaje no duraría mucho y valdría la pena.
Cuando el avión despegó, Pipoca se dio cuenta que ella se había quedado arriba de las demás cajas, entonces podía ver a través de la ventana del avión. Al momento de ir volando, pudo ver las nubes en el cielo, estaba muy contenta, no paraba de repetir en su mente lo emocionada que estaba por llegar a su destino y ver la cara de Muranga cuando recibiera la caja.
Al pasar algunas horas, el océano comenzó a aparecer y la vista azul del mar hipnotizó a Pipoca. Tanto adoró lo que tenía frente a sus ojos que comenzó a derramar unas cuantas lágrimas, pero después recordó que no debía mojarse, pues corría riesgo de maltratar lo que llevaba cargando.
Todo iba en la perfección hasta que el avión comenzó a moverse de una manera rara, como si estuviera temblando. Pipoca escuchó que el piloto y sus acompañantes empezaban a hablar de que algo estaba mal. Ella gritaba para que le dijeran qué estaba pasando pero nadie la escuchaba.
Entonces, lo que Pipoca nunca esperó que sucediera, pasó. El avión comenzó a bajar y bajar, cada vez más hasta que se sintió que pegó con algo. El avión había caído al mar.
Silencio y oscuridad, eso era todo lo que se sentía. De repente, no se sabe cómo, Pipoca despertó encima de un pedazo del avión, se encontraba flotando sobre el mar y milagrosamente no estaba mojada. Cuando Pipoca abrió sus ojos se giró para todos lados y se dio cuenta que lo único que podía ver era el mar azul. Por primera vez sintió mucho miedo de la situación, Pipoca se puso muy triste porque no sabía qué hacer y tampoco sabía dónde estaban las demás cajas que iban con ella, de manera de decidió acostarse y cerrar los ojos. Así fue como Pipoca pasó su primera noche sola en el mar.
Un fuerte ruido despertó a Pipoca, quien confundida se sentó para ver qué estaba pasando. Entonces vio que enfrente suyo había un gran barco del color del oro, que estaba pescando peces con una enrome red. Pipoca no dejó pasar más tiempo, se paró sobre el pedazo de avión y comenzó a gritar y agitar rápidamente sus manos.
-¡Oigan! ¡Ayuda! ¡Estoy perdida! – Pipoca gritaba muy fuerte – ¡Ayuda por favor!
Pero nadie la veía ni la escuchaba. Decepcionada se sentó de nuevo y pensó que tenía que hacer otra cosa. Como si fuera por arte de magia vio un pedazo de madera flotando cerca de ella, lo tomó y comenzó a remar muy fuerte, tenía que llegar hasta el barco. Cuando estaba ya muy cerca pensó que debía subir hasta arriba para poder decirles a los pescadores lo que le había pasado. La red con peces estaba por salir del agua, Pipoca se armó de valor y dio un salto con todas sus fuerzas, cayó encima de los peces que iban subiendo hasta el barco; al momento de caer en el barco Pipoca quedó entre todos los peces y no podía ver casi nada.
De repente una vocecita llamó la atención de Pipoca
– Papi, mira – decía la vocecita – ¿Qué es eso?
Aarón, un niño de nueve años, tomó entre sus manos a Pipoca y se la mostró a su papá. Pipoca desesperadamente les empezó a contar su historia para que le ayudaran, pero se dio cuenta que no la escuchaban.
Aarón y su papá empezaron a ver a la caja por todos lados, Pipoca se sentía mareada con tantas vueltas; entonces vieron que esa caja venía desde México e iba hasta Brasil, donde ellos también vivían. No sabían qué había pasado y porqué estaba solita en el mar.
Aarón emocionado le dijo a su papá que quería abrirla para ver que había adentro y Pipoca se asustó, no podía permitir que alguien más viera su contenido, pero su papá le dijo que no podía hacer eso, pues esa caja no era para él sino para alguien más que debía estar muy triste porque aún no le había llegado su caja. Aarón se quedó triste, él quería saber qué había dentro de esa caja. Pipoca estaba asustada, no sabía que iba a pasar con ella.
El papá tuvo una idea, le propuso a su hijo guardar esa caja y llevarla a una oficina de correos cuando regresaran a casa. Eso hizo que Aarón se pusiera un poco más tranquilo y Pipoca gritaba de felicidad, ¡iba a llegar a su destino!
Durante los siguientes días, Aarón cuidó muy bien de Pipoca para que no le sucediera nada. El día de regreso a casa, todos estaban muy contentos y cuando llegaron a la costa Aarón y su padre no perdieron más tiempo, fueron directamente a la oficina de correos. Ahí le explicaron a la encargada todo lo que había sucedido y ella les dijo que acomodaría la caja para que siguiera su viaje y llegara a su destino. Aarón y su padre se fueron felices por lo que habían hecho.
Pipoca se dio cuenta que estaba en una ciudad cercana a su destino y que por la mañana siguiente seguiría su viaje. Fue colocada en un cuartito pequeño con otras cartas. Todos estaban ya dormidos, así que decidió no hacer ruido para no molestar a nadie, mejor cerró sus ojos, puso una gran sonrisa en su rostro y entró en un sueño profundo.
Cuando Pipoca despertó, ya estaba dentro de una camioneta junto con otros paquetes. Unos minutos después, la camioneta se paró y un señor alto y moreno abrió las puertas, tomó a Pipoca entre sus manos, caminó hacia una linda casa blanca y llamó a la puerta de madera.
El corazón de Pipoca latía tan rápido que parecía que iba a salir de su cuerpo, tenía muchos sentimientos mezclados; estaba emocionada, nerviosa y ansiosa, pero sobre todo, estaba muy feliz.
Una bella joven abrió la puerta, firmó unos papeles y sujetó la caja entre sus manos. Pipoca levantó la vista para verla a la cara, en ese momento supo que ella era Muranga. Ambas sonrieron y Pipoca se sintió muy feliz pues había luchado por lo que quería lograr; y a pesar de todas las cosas que tuvo que enfrentarse, logró cumplir lo que desde un inicio se había propuesto.
FIN
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es un cuento un poquito largo pero buenísimo
cuento un poco largo, pero buenísimo
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