Cuento Infantil para niños y niñas, creado por: Silda Barberá
¿Qué es un amigo?
La amistad es de las cosas más bonitas del mundo. Es mirarte a un espejo y verte a ti mismo. Un amigo que amas y puedes explicarle todo lo que te pasa, por íntimo que sea. El verdadero amigo te acepta tal cual eres. No espera nada más que tu gran amistad, no mira si eres blanco o negro, rico o pobre, sólo mira tu corazón.
¡Dichosos los que saben tener un amigo!
¿Sabes que la vida es muy triste si no tienes ningún amigo?
Pues yo conozco un niño que no tiene ninguno. Es hijo único y vive con sus padres muy lejos de todo pueblo. Como no podía ir a la escuela ni había ninguna casa al lado de la suya, no podía tener ningún amigo. Sus padres trabajaban la tierra, vivían de lo que cultivaban e iban a vender al pueblo más cercano. Pero estaba muy lejos.
En una boda familiar el niño conoció a una chica y se enamoraron. Ella era una profesora de instituto y él siempre había vivido en el campo, había aprendido a leer y a cultivar la tierra.
El chico tenía mucho terreno con árboles, frutas y verduras, no faltaba de nada. Él desde pequeño se había acostumbrado a aquella vida, y de ninguna manera viviría fuera de su inmenso jardín.
Lo primero que hizo fue presentársela a sus padres. A ellos les gustó mucho aquella linda chica con melena larga y rubia. Estaban casi seguros de que ella también amaba a su hijo.
Él la llevó a su paraíso; árboles frutales, verduras de toda clase… Cogió el árbol de cerezas y le hizo un ramo como si fueran flores.
– Son las primeras, ¿te gustan?
– Gracias, son muy bonitas. También me gusta esta tierra tan llena de vida. ¿Sabes una cosa?, me gustaría ponerme a trabajar aquí.
– Tranquila. Si te casas conmigo te hartarás.
– Ya, ya. – Rió ella. – ¡Qué ánimos!.
– Vamos, quiero enseñarte nuestra montaña.
Ella le quería mucho. Le llevó detrás de la casa y al fondo había unas grandes montañas. Desde arriba de una de ellas bajaba un caudal de agua que se convertía en un gran río.
– ¡Mira que belleza!. – Dijo él.
– ¡Es fantástico!
– ¡No me iría de aquí por nada de este mundo!
– Yo tampoco, ¡es una maravilla!
– ¿No echarás de menos el instituto?
– ¿Ante tanta belleza? ¡imposible!
– ¿Ves este río? Este caudal de agua sirve para regar, para cocinar, para beber y también para bañarse. Antes mis padres también lo hacían. Ahora somos nosotros.
– Yo también me bañaré.
Se casaron y tuvieron un hijo. Los padres ya eran muy mayores y habían podido ver nacer a su nieto, pero el tiempo pasa y los grandes se van.
El niño nació al igual que las plantas. La madre le educaba y le hacía estudiar, le enseñaba al igual que el padre que aquella tierra maravillosa algún día él debería trabajar. Él lo comprendía porque se había criado en ese ambiente.
Su madre había arreglado aquella casa con un gusto muy especial y hermoso. Las flores en jarrones de todas aquellas flores que rodeaban la casa. En la puerta una hamaca para descansar, que estaba atada a dos árboles muy grandes.
A su madre le gustaba cuidar las plantas y las flores, por eso estaban siempre tan bonitas que perfumaban el ambiente y alegraban la vida y el corazón.
– Si tienes flores a tu lado, no puedes estar triste. Hay que regarlas, ellas saben agradecerte tu esfuerzo.
El sol entraba de lleno en el comedor y era el lugar preferido para estudiar de aquel niño que no tenía amigos.
Su padre siempre le decía:
– Mira hijo, yo aunque siempre he vivido aquí, nunca he sido un hombre inculto. Mis padres me inculcaron que aunque no fuera a la escuela, tenía que leer y escribir. Ellos me ayudaban mucho. Tu madre era profesora de instituto, prefirió vivir aquí conmigo. Si yo hubiera sabido expresarme, ella quizás no se hubiera fijado en mí. ¿Lo entiendes hijo?
– Sí padre. Me gusta estudiar y saber mucho.
En ese momento entró la madre.
– Amor mío, todo el material está a punto.
El padre salió fuera y también el niño.
– ¡Oh papá, que cargaos vais!
– Lo cargaremos en el camión y como siempre vamos al mercado a venderlo.
– Llegaremos tarde. Tú entra dentro de casa.
– Estaré estudiando como siempre.
El niño entró dentro de casa y se puso a estudiar en el comedor, porque el sol le daba mucha claridad cuando entraba por la ventana que tenía detrás suyo.
Era de esta manera que a él le gustaba más. Se entregaba en cuerpo y alma a los estudios. Siempre tenía preparado lo que tocaba ese día y cuando terminaba los deberes leía.
Era un niño muy aplicado.
Mientras leía, llamaron a la puerta, dejó el libro y fue a abrir.
Cosa extraña, no vio a nadie. Volvió a cerrar la puerta y de nuevo volvieron a llamar. Abrió la puerta y no vio a nadie. Malhumorado iba a cerrar la puerta cuando una vocecita le dijo:
– Buenos días muchacho.
Miró por todas partes.
– Estoy aquí, ¿no me ves? Soy yo, la coliflor. ¿Puedo entrar?
– Sí, claro.
El niño todo extrañado se agachó al tiempo que miraba la coliflor. Por cierto, la encontraba muy blanca y bonita. Le preguntó mientras le hacía entrar:
– ¿Eres tú la que hablas?
– Sí, soy yo, ¿te extraña que lo haga?
– Sí. ¿Qué querías?
– Me hace venir tu madre.
– ¿Mi madre?
Continuará…………………………….
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