Cuento Infantil para niños, creado por: Daniel Enrich Guillén
La luna llenaba la noche y en los ojos de Jon se veía el reflejo de las estrellas como si fuese en un espejo. Miraba al cielo en el jardín de aquella casa extraña. La tristeza surcaba su rostro infantil, ahora algo desencajado por los acontecimientos.
Echaba de menos su casa, a su madre Valentina y a su pequeño perro Yoyo. También un poco a su hermano pequeño Lucas, pero a éste no tanto porque siempre andaba molestando y chinchándole a escondidas. Lucas siempre estaba chinchando a Jon. Pero su hermano pequeño casi siempre se salía con la suya y más de una injusta colleja de su madre en el cogote se había llevado Jon. Lucas era uno de esos niños revoltosos y traviesos que siempre consiguen lo que quieren.
Apenas unos minutos antes, se encontraba en medio de la carretera, cuando se detuvo frente a él el camión que repartía pañales en medio del bosque. Había una niebla ligera y hacía frío. Se frotó los ojos con ambas manos y se aseguró de que se encontraba despierto y no se tratara de un sueño. Desde que se metió en el armario, el mundo que él conocía había cambiado. Ahora, perdido en medio de aquel universo absurdo, brillaban sus pupilas de niño desconcertado y los pómulos le temblaban como si de un momento a otro se fuese a poner a llorar. No podía imaginarse que lejos de aquel lugar lejano, su pequeño perro Yoyo no comía de tristeza porque, hasta ese día, nunca se había separado de su amo. De saberlo, qué duda existía, Jon se derrumbaría más de lo que estaba. Sí se imaginaba que su madre Valentina, con el rostro bañado en lágrimas, lo estaría buscando desesperadamente por todos los rincones de la casa. Era la hora de la cena, lo notaba por el ruido de su estómago. Pensó que su ausencia, con lo glotón que él era, ya habría alertado a su madre.
A través de las rejas que separaban el jardín de aquella casa del exterior, observó cómo unos enanos se acercaban apresuradamente, con pasos cortos pero con movimientos rápidos como si en ello les fuese la vida. Se dirigían hacia los paquetes de pañales que se extendían a lo largo del estrecho camino. La niebla se había levantado y ahora las sombras de los árboles se proyectaban alargadas sobre las filas de enanos que salían de todas partes. Resultaba una escena rara, entre triste y divertida. Triste por el desespero con el que los enanos se abalanzaban sobre los paquetes y deshacían con sus diminutas y nerviosas manos el envoltorio de plástico. Y divertida porque a Jon se le antojaba así el ver a un montón de seres pequeños, con barrigas abultadas, aparecer de entre la maleza que bordeaba el camino, con paso acelerado y emitiendo unos ruidos parecidos a la risa humana aunque un tanto estridentes.
Apenas unos minutos después, Jon supo que los enanos del bosque utilizaban los pañales a modo de abrigo y que a los bebes de los enanos bastaba con un pedacito de algodón que obtenían con mucha delicadeza del interior de los pañales. Eran seres curiosos, no sólo por su pequeña estatura, también por su aspecto. Jon, se acercó a la reja para ver mejor a los curiosos personajes. Cada uno que pasaba por su lado y veía a Jon, le dirigía una mirada directa, sin resultar desafiante, que nacía de aquellos ojitos grisáceos. Eran ojos con unas pupilas grandes y transparentes como si contuviesen en su interior un hermoso lago de aguas tranquilas. Seguidamente, soltaban un bufido y se les erizaban los pelos de la cabeza. Jon se asustó con el primer bufido, también con el segundo y el tercero, pero pronto entendió que no era un gesto ofensivo, ni siquiera defensivo, sino que aquel bufido formaba parte del lenguaje de aquellas curiosas criaturas.
– Claro! Ellos tendrán su propio lenguaje. No tiene por qué ser el mío. – Se dijo relajando los músculos de su cara.
Andaba en esos pensamientos cuando uno de aquellos seres sorprendentes se detuvo frente al él. Llevaba un pañal del que arrancó un trozo que ofreció a Jon alargando su brazo enclenque y diminuto. Jon se mantuvo quieto, abrumado por cierto temor y por una timidez. Sin embargo, cuando al explorar la mirada tranquila de aquel ser, descubrió una familiaridad que no sabía explicar, se relajó como abandonado al abrazo entrañable de un ser querido. Fueron unos segundos muy largo. Jon alargó lentamente su brazo a través de la reja y recogió el pequeño trozo de algodón. Le pareció ver una mueca de sonrisa en el rostro del enano. Pero apenas tuvo tiempo de realizar esa observación cuando en ese instante una luz cegadora y caliente se abalanzó violentamente sobre su rostro como una explosión.
Notó una sacudida en su cuerpo y como varias manos nerviosas se desplazaban por su torso desnudo. Sintió el regreso de su respiración y como sus pulmones se hinchaban poco a poco. De nuevo se sentía extraño, aturdido, otra vez tenía la sensación de haber realizado un viaje en el tiempo.
Horas después, en la luminosa habitación de hospital, supo que habían tenido un accidente de coche cuando se dirigían al colegio a recoger a su hermano pequeño. La mama le había dejado un encargo, muy claro, tanto como un trocito de algodón extraído de un pañal: Cuidar de su hermano pequeño.
Y también le había revelado el secreto de la felicidad: Allá donde estés, tus seres queridos van contigo, son como duendes que te ayudan en silencio y te cuidan del frío abrigándote con el algodón de unos pañales.
FIN
Moraleja: Nuestros seres queridos siempre estarán con nosotros.
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Bueno
esta lectura me pareció muy bonita, además de que nos enseña que nuestros seres queridos siempre estarán con nosotros. Para que nos ayuden.
muy bonito..