Cuento Infantil para niños, escrito por: Gustavo Eduardo Napolitano (Argentino)
Cuando la abuela Blanca se marchó papá entendió que debía mudarse de casa.
Su mejor amigo le había vendido una propiedad en una zona alejada, donde se podía ver desde la ventana del piso de arriba, las plantaciones de hortalizas de todos colores.
Todas las tardes, después de hacer las tareas diarias, papá se iba a la terraza que daba hacia el oeste, desde donde se podían ver los campos sembrados y algunas huertas de inmigrantes portugueses que plantaban hortalizas, colorados repollos, verdes cebollas, todo tipo de colores de lechugas, rabanitos y verduras de estación.
Tomando mate en la terraza, viendo como la tarde se ponía roja por el sol que se escondía en el horizonte, un día, sobre la pared del portón de entrada saltando graciosamente se hacía notar una gritona calandria.
Ese día, papá al comer unas galletas marineras, sin darse cuenta, dejó caer algunas migas en el piso de la terraza. Cuando vuelve a entrar la silla que había dejado se dio cuenta que la calandria se estaba comiendo las migas de las galletas partidas.
Al otro día, otra vez, la calandria gritando y saltando desde el mismo lugar que el día anterior, se hizo presente. Para mí tenía su nido en el ciprés que estaba junto al portón, por eso era que se hacía notar a los gritos, como defendiendo su lugar.
La calandria al acercarse tomaba confianza, hasta el punto de quedarse frente a papá, mientras cogía mate con galletas en la terraza. Ese día que se acercó, él pudo verla bien. La calandria tenía una sola patita. Era la razón que cuando caminaba lo hacía de forma más exagerada de lo habitual, la pobre tenía que hacer equilibrio con su única patita, saltando y saltando abriendo sus alas para no caerse de pico contra el piso.
Papá a la calandria coja la esperaba todas las tardes que iba a la terraza y la calandria esperaba a mi papá todas las tardes en la pared del portón.
En la casa estaba Hanna, una rottweiller que a parte de ser guardiana era la mimada de papá y ella se ponía celosa cuando algo o alguien se acercaba a él.
La calandria al ver a Hanna siempre se lanzaba en vuelo de picada sobre su lomo negro y fuego.
Hanna, como buena rottweiller, sabía esperar la oportunidad para darle una lección a la calandria.
Papá se entretenía viendo como una le picaba el lomo y la otra la miraba de reojo como si nada estuviese pasando.. Todo esto hasta que el sol se escondía en el horizonte, atrás de los surcos llenos de hortalizas de todos colores.
Un día la calandria renga (coja), apareció con alguien más, era su señor esposo, quien no tardó en entrar en confianza. Y el ave empezó a comer las migas que dejaba papá en la pequeña pared de la terraza.
Hanna, mirando desde el jardín de abajo, veía como dos pájaros se comían lo que hasta hacía pocos días era la golosina sólo para ella….
Una mañana, papá se despertó por los ruidos de gritos de pájaros, contentos gritaban, volaban, iban y venían. En el alero de la terraza la calandria renga y su señor esposo, estaba haciendo un nido, justo arriba de la reja de una ventana.
Ahí fue cuando papá se sintió un poco más acompañado, se dio cuenta que tenía nuevos amigos.
La calandria al poco tiempo bajaba del nido directo donde papá tomaba mate con galleta marinera, donde dejaba a su señor esposo cuidando a sus dos pichones de calandria, a quienes le llevaba un pedacito de galleta en cada viajecito que hacia.
Una vez ella y su señor esposo iban a buscar las migas que brillaban en la pequeña pared con los rayos de sol que llegaban desde el horizonte, atrás de la huerta de todos colores, de las hortalizas de los portugueses.
Hanna ahora podía ver desde el jardín de abajo, cómo papá tomaba mate en la tarde y cuatro calandrias, una de ellas coja, su señor esposo y dos pichones gritaban contentos que cada tanto volaban hacia el lomo negro y fuego de su lomo de rotweiller.
FIN
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