Cuento Infantil para niños, creado por: Cristina López
El niño no quiso ofender a las hormigas, siendo tan pequeñas y estando tan cansadas no supo cómo podrían prestarle ayuda.
– Debes continuar tu búsqueda en el bosque. – Resolvió su duda la hormiga de la voz cantante. –Allí tienes más posibilidades de encontrarlos y saber entonces por qué han abandonado el parque.
– ¿Vosotras me podéis indicar cómo puedo llegar hasta allí? -Preguntó reconociendo que las había subestimado y parecían saber mucho más que él pese a lo pequeñas que eran.
– Claro. -Admitió orgullosa. -Tienes que seguir este sendero en dirección sur, después de trescientos cincuenta y dos mil pasos de hormiga encontrarás nuestra autopista, síguela en dirección sureste durante ciento dieciocho millones de pasos más y te llevará a la entrada del bosque.
Decidido a seguir las instrucciones de la hormiga sacó su brújula de explorador y su lupa de nuevo para localizar ese sendero que le había mencionado, pero al pensar en toda esa cantidad de pasos de hormiga se estremeció.
– No te preocupes. -Se adelantó la hormiga al ver su cara. -Tú no tendrás que dar tantos pasos para llegar, tus piernas son enormes y adelantarás mucho más rápido el camino. – Lo alentó.
– Gracias por vuestra ayuda, hormiguitas. Traeré a los pájaros de vuelta para que os hagan más ameno vuestro trabajo.
Despidiéndose de ellas mucho más animado al ver como todas le decían adiós con la patita deseándole suerte empezó a seguir la diminuta ruta que le había dicho y apenas había dado diez de sus pasos encontró la autopista para hormigas, donde de forma ordenada se seguían unas a otras en ambas direcciones. La aguja de su brújula le señalaba el norte y rápidamente pudo averiguar donde se encontraba el sureste, y continuó en esa dirección con cuidado de no pisar a ninguna de ellas.Iba tan pendiente de seguir su camino que no paró hasta que el sonido de las hojas secas del suelo y el olor a la humedad de la tierra que le entró por la nariz le advirtieron que había llegado al comienzo del bosque tal y como le habían señalado las hormigas. Se alejó de la autopista para explorar la zona. A lo lejos pudo divisar una cantidad asombrosa de árboles donde empezaba el bosque, pero no había ningún sendero que pudiera seguir para llegar hasta allí, y sin embargo, lo que sí encontró fue un río que cruzaba añadiendo una dificultad más a su misión.
– No importa. -Se dijo a sí mismo cargado de positividad. –Ya he conseguido llegar hasta aquí, encontraré la manera de poder cruzarlo y llegar hasta el bosque. – Añadió acercándose hasta la orilla para ver su profundidad.
Las aguas bajaban agitadas y las piedras que podía ver al fondo le mostraron que no sería posible cruzarlo a nado, pues era tremendamente peligroso. Corrió hacia un lado y luego al otro, no había ningún puente para poder pasar sobre él. Así que se sentó sobre una roca para pensar cómo podría llegar hasta la otra orilla.
Un chapoteo lo sacó de sus pensamientos, salpicándole con el agua fría del río mientras nadaba a contracorriente encontró una carpa que desafiaba la fuerza del río moviéndose con esfuerzo.
– ¡Ay! – Exclamó Marcos ante la impresión del agua fría en su rostro. La carpa, al ver que había mojado al niño, paró en un recodo tranquilo para disculparse.
– No importa. -Le dijo Marcos mientras se sacudía el pelo con las manos. – Está fresquita y quizás así podré tener una idea para poder hacerlo.
El pez no entendió a qué se refería, así que prologó su parada para escuchar el planteamiento del problema de aquel a quién había mojado sin querer. Marcos le contó toda la historia desde que había encontrado a la arañita y la carpa mostró un repentino interés al conocer cual era la misión del niño.
– Yo te ayudaré a cruzar. – Le dijo decidida. – Será un honor para mí llevarte hasta la otra orilla a fin de que puedas encontrar una solución, pues no solo ya no cantan en el parque, he recorrido el río desde abajo y hasta ahora no he escuchado a ninguno de ellos piar.
La mueca de duda se dibujó en la cara de Marcos, la carpa era mucho más grande que la hormiga, pero aun así él lo era mucho más, -¿cómo podría ayudarle a cruzar con todo el peso que supondría para ella llevarlo hasta allí?
– No temas. – Lo trató de tranquilizar el pez mientras se acercaba a la roca donde estaba sentado. – Mis aletas se han hecho muy fuertes a base de nadar contra la fuerza del agua. Despójate de tu ropa si no quieres que se moje, salta sobre mí y sujétate bien.
La confianza que le pedía el pez era inmensa, pero la seguridad con la que prometía ayudarlo no dejaba ninguna duda de que podría conseguirlo. Se quitó la ropa y se la ató sobre la cabeza para salvarla así del agua consiguiendo que pareciera un turbante como el de Alí Babá. Con cuidado se metió lentamente en el río y se cogió a la carpa fuertemente con las dos manos. Al encontrarlo bien sujeto, el pez comenzó a moverse muy rápido y en cuestión de un pestañeo Marcos ya estaba al otro lado del río saltando de emoción.
– ¡Bien! – exclamó encantado. – Muchas gracias, sin tu ayuda no lo habría conseguido. – Reconoció mientras el pez le quitaba importancia con un gesto. – Pero, antes de continuar tengo una pregunta…
Continuará………….
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