Cuento Infantil para niños, escrito por: Carlos Alberto Navarro
Hola soy Raúl no sé cómo, pero este es mi nombre y esta es mi historia.
Era un día muy frío y mis plumitas aún no me abrigaban, cada día era peor y mis padres decidieron partir vuelo a otro lugar más cálido.
Después de 21 días, mi madre me dijo antes de partir, que ya era hora de volar y que yo podría volar sin cansarme y vivir en el aire por mucho tiempo, comería y dormiría en las nubes y que la comida me llegaría del cielo; y lo más importante fue que me dijo que algún día tendría mis propios hijos y les enseñaría lo mismo. Y que recordase que la que eligiera sería para siempre… nunca le entendí y así salimos del nido.
Solo recuerdo que subía y subía y mi pequeña casita se veía más y más chica el árbol donde vivía, se veía cada vez más pequeña hasta desaparecer y unas tremendas gotas de agua me quitaban la respiración.
– «Sube Rául». – Me decía mi mamá hasta que llegamos a un lugar de mucha luz y un sol intenso, lleno de camas de algodón y a ahí estaban, toda la familia volando de un lugar a otro.
Mi padre fiel compañero siempre al lado de mi mamá, se alejaba con ella por el horizonte.
Cuando de pronto tropecé en el aire.
– “Ten cuidado, no ves que estoy durmiendo….». – Dijo.
No entendía como si estaba volando podía dormir.
– «Disculpa no sabía que dormías. Tengo mucha hambre, me llamo Raúl».
– «Yo soy Ceda y también tengo hambre, te enseñaré a comer del cielo” – me dijo.
Cuando de pronto Ceda voló hacia abajo a mucha velocidad y al poco tiempo regresó y me invitó a una rica libélula. Le pregunté donde lo consiguió y me dijo que abriera el pico y no lo cerrara hasta que entrara algún insecto, y así lo hice, no fue precisamente comida lo que atrapé pero así aprendí, poco a poco.
Volando y volando sin sentir el cansancio, nos alejábamos cada vez más con esa amiga que había conocido llamada Ceda.
Y había llegado la hora de dormir, a subir y subir y dejar que el aire nos mantuviera a flote me sentía en las nubes y era así que empecé a cerrar mis ojitos.
– «Hasta mañana Ceda».
– «Hasta mañana Raúl».
Pasaron unos cuantos años, para ser preciso casi dos años sin pisar tierra comiendo en el aire y durmiendo en el cielo; y lo mejor de todo al lado de mi compañera Ceda. Entendí a mi mamá que me dijo – “y será para siempre…”
Descendimos poco a poco a buscar comida, pero había mucha lluvia y no había nada que comer, nos posamos en un pequeño agujero que había en una pequeña casa de campo a esperar que pasara la lluvia.
No había ningún insecto en el aire volando, la lluvia seguía y seguía y no podíamos salir. El hambre nos debilitaba cada vez más.
– «Tengo mucha hambre y frío». – Decía Ceda.
Yo no decía nada para no preocuparla pero la verdad que yo también tenía mucha hambre y frío.
Quedándonos dormidos, descendió y descendió la temperatura de ambos cuerpecitos y así se pudieron mantener en este largo sueño hasta diez días esperando que pasara este mal clima.
Muy temprano me desperté y dejé a mi compañera durmiendo mientras salía a buscar comida.
Cuando de repente me topé con un enjambre de abejas, abriendo mi pico volé de derecha a izquierda, de izquierda a derecha en círculos y haciendo unas maravillosas acrobacias. Me di un manjar hasta estar completamente lleno; y además llevé en mi pico una gran cantidad de abejas para mi compañera y amiga Ceda.
Una vez llenos partimos a un nuevo rumbo, llenando mi pico con una gran cantidad de insectos para este gran viaje. Subimos y subimos hasta llegar a la luz intensa que calentaba nuestros pequeños cuerpecillos, que por mucho tiempo sufrimos el frío intenso y la lluvia.
Al bajar a ver por dónde estaban, solo se podía ver agua por donde quiera, era el mar inmenso que no dejaba de crecer , mientras más volamos más crecía, cuando a lo lejos vi unas aves de color blanco, acercándome poco a poco, les dije:
– «Hola soy Raúl».
– «Hola, somos gaviotas«.
– «¿Dónde puedo comer y tomar agua?»
Me respondió: – “Solo hay agua salada y solo pueden comer peces?» – riéndose se alejaron lentamente.
Mientras subíamos, se nos acercó otra gaviota y muy amablemente nos dijo: – “No se preocupen que muy pronto podrán ver la tierra…”
– «Gracias amiga gaviota».
Y subimos y subimos cada vez más.
Raúl y Ceda volaron y volaron a 240 kilómetros por hora, 12 días de sol a lluvia, tomando del cielo esas pequeñas gotas que le permitía seguir su vuelo.
A lo lejos, con la caída del sol, se podía ver un inmenso remolino que mientras más nos acercábamos veíamos que no era un remolino, era papá, mamá, hermanos y nuestros amigos y familia de Vencejos, que volaban en círculos para posarse a descansar de este largo viaje, que sin querer habían dada a todo el mundo, llegando a su hogar de toda la vida.
A Raúl Y Ceda formaron su hogar, con dos lindos Vencejos, Pia Y Santiago, pero esa es otra historia.
FIN
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que bonito cuento me hizo llorar ??????
buenos días, yo también me llamo Raúl. Me gusta tu historia, me parece muy interesante pero cambiaría las aves por otra cosa, me gusta porque es de aventura.