Cuento Infantil para niños y niñas, escrito por: Carmen Fernández
Había una vez un gato llamado Calcetines al que le encantaba comer. Tenía una barriguita
algo rechoncha ya que, además de ser un glotón, se pasaba el día tumbado en el sofá. Vivía
en una bonita casa con Kika, una anciana solitaria que pasaba la mayor parte de su tiempo
cuidando del jardín.
Kika al ver que, al entrar en casa, cada día desaparecía un buen trozo de su queso favorito, decidió encargar al gato una importante tarea; encontrar al culpable de tal estropicio. Pero Calcetines no estaba por la labor y seguía comiendo y durmiendo todo el día, por lo que la anciana decidió castigarle.
– «Si no me demuestras lo contrario pensaré que has sido tú». – dijo la mujer enfadada. – ¡A si que te castigaré a pan y agua durante un mes, a no ser que encuentres el culpable».
El gato pensó que la anciana no cumpliría su amenaza, pero pasaron los días y lo único que
tenía para comer era un triste trozo de pan. Cansado y débil, decidió, por fin, abandonar el
sofá y ponerse manos a la obra. Se dedicó toda la noche a vigilar el queso.
Al cabo de un buen rato, con los ojos medio cerrados, casi vencido por el sueño, escuchó un
ruido extraño que le hizo sospechar. Escondido detrás del árbol de navidad, esperó a ver que
ocurría.
De repente, vio entrar en la cocina a una pareja de ratones y decidió seguirles con cuidado a
ver que ocurría. Una vez dentro, observó como los dos roedores subían hasta la encimera y
comenzaban a devorar el queso. Entonces el gato erizó todo su pelo, estiró el rabo y se
colocó en posición de ataque. Cuando los ratones le vieron, se asustaron tanto que salieron
corriendo a refugiarse detrás del sofá y aunque el gato intentó seguirles, estaba tan débil y
pesado que no los pudo alcanzar.
Después de intentarlo una y otra vez, con el mismo resultado, decidió que tenía que
tenderles una trampa. Pensó y pensó. Después de estrujarse la mente, se le ocurrió una idea.
El trozo de queso que quedaba era tan pequeño que cabía en su boca, así que cogió el gorro
de Papa Noel y se cubrió la cabeza con él, dejando al descubierto sólo un extraño hueco,
parecido a una cueva, con estalactitas y estalagmitas, que resultó ser su boca, aunque él
pensó que los ratones serían tan tontos que no se darían cuenta de ese pequeño detalle.
El gato abrió su boca de par en par y colocó el queso en su interior.
Como tenía el gorrocubriéndole toda la cara no podía ver, así que debería confiar en su fino oído para actuar rápido, cerrar la mandíbula a toda velocidad y atrapar a los escurridizos ratones. Pero no contaba con que se acercaba la hora de cenar y la anciana, que estaba hambrienta, decidió comerse el trozo de queso que quedaba antes de que los intrusos se lo zamparan, así que, entró en la cocina y como no veía muy bien, se dejó guiar por el olor y encontró el queso escondido justo debajo del gorro de Papa Noel.
Sin pensarlo dos veces, la anciana introdujo la mano para coger el queso y zass, el gato cerró la mandíbula atrapando la mano de la anciana en su interior. Al darse cuenta, Kika soltó un grito y el gato, asustado, abrió la boca de golpe liberando su mano y dejándose ver al instante. La anciana al verle se disgustó tanto que sin pensarlo dos veces corrió a por una escoba y persiguió al gato por toda la casa, atizándole con las escoba hasta que, por fin, pudo escapar arrojándose por una ventana.
– «¡Largo de aquí gato perezoso, sinvergüenza, truhán!. ¡Vete lejos y no vuelvas en cien
años!.
Calcetines corrió tanto que, cuando quiso darse cuenta, el pueblo había desaparecido de su
vista.
Apenado y aterrorizado decidió refugiarse en el bosque. Pasó toda la noche en vela,
intentando descifrar todos los sonidos que se escuchaban a su alrededor. Sobrecogido por el
miedo, no consiguió conciliar el sueño y se encontró con el amanecer sin ni siquiera haber
podido entornar los ojos.
Triste y cansado vagó, durante días, por los alrededores del pueblo buscando comida en los
contenedores de basura y soportando insultos y desprecios por la sola razón de ser un
vagabundo. Mientras tanto, Kika buscaba la forma de sobrevivir en las largas tardes de
invierno, con la única compañía de los dos indeseables ratones que campaban a sus anchas,
haciendo de las suyas, sin que nadie pudiera impedirlo.
La anciana, que veía como su comida seguía desapareciendo, comprendió, por fin, que no era
el gato el ladrón y que, posiblemente, tendría que haberle dado otra oportunidad y haber
solucionado el problema entre los dos, como lo haría cualquier familia.
Una mañana, Calcetines observó un trajín poco habitual en la calle principal. Había más
gente de lo normal entrando y saliendo de los comercios, la mayoría, cargados con pesadas
bolsas, luciendo amplias sonrisas e intercambiando saludos y buenos deseos. Fue entonces
cuando el gato sospechó que se acercaba la hora de la gran cena. Nochebuena estaba al caer
y él estaba sólo en la calle, sin familia, sin casa, sin nada que celebrar.
Su tristeza se multiplicó hasta el infinito, cuando, de repente, vio a Kika saliendo del
mercado. Iba acompañada únicamente de su bastón. Su rostro dejaba ver una tristeza poco
habitual en ella. A Calcetines le reconfortó pensar que él podría ser el culpable de su
desolación, que, tal vez, le echaba de menos, y por primera vez en muchos días tubo
esperanza. Así que, desobedeciendo a su instinto de supervivencia, se acercó a ella, se plantó
delante y le dirigió una mirada dulce y cautivadora que dejó a la anciana paralizada por la
emoción.
– «¡Calcetines!» – dijo después de un interminable silencio.
– «¡Me ha costado reconocerte!, ¡que ha sido de mi precioso gato, mi compañero, mi
pequeño tesoro!».
Un torrente de lágrimas inundó, de pronto, el rostro de la anciana, impidiéndole ver, por momentos, al que durante años había sido su única familia. Pero su rostro se llenó de felicidad cuando, al preguntar al gato si quería regresar a casa, éste se le acercó y con un sonoro ronroneo le contestó que sí.
Aquella noche la anciana y Calcetines cenaron juntos, intercambiaron abrazos y se fueron a
dormir felices.
A la mañana siguiente, cuando se dirigía a desayunar, Calcetines observó una enorme caja
envuelta en papel de regalo debajo del árbol de Navidad. Se acercó y comprobó que en ella
lucía su nombre.
– «Para Calcetines, mi gato favorito». – Se podía leer.
Fué tanta la curiosidad que sintió que, sin esperar a Kika, se dispuso a abrir la caja.
Su rostro palideció cuando vio lo que había dentro.
– «¡No puede ser!» – pensó horrorizado.
De repente, un precioso cachorrillo de color canela salió de la caja y comenzó a corretear por toda la habitación hasta que, se quedó paralizado al ver al gato, que no pudo sino erizar todo su pelo y su rabo preparándose para el ataque, sospechando lo que se le venía encima.
Calcetines se arrancó a la carrera y el perro le siguió por toda la casa. Ya casi sin aliento, se
tropezó con Kika, que lo esperaba con las manos en jarras.
– «Tenemos un nuevo amigo Calcetines, te ayudará a mantenerte ocupado». – exclamó la anciana satisfecha.
Los dos ratones, viendo el trajín que había en la casa decidieron buscar un hogar un poco
más tranquilo y se marcharon aquella misma noche.
La comida no volvió a faltar nunca más en la casa, tampoco el entretenimiento para
Calcetines. El gato, obligado por su nuevo amigo, correteaba todo el día sin parar,
procurando así de que nunca más fuera ocupada por nuevos intrusos.
FIN
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