Érase una vez, un camping en el que pasaban las vacaciones muchos niños y niñas con sus padres.
Uno de esos niños, llamado Juan Carlos, se alojaba en una tienda de campaña muy grande, junto con sus 4 hermanos.
Juan Carlos era distinto porque no le gustaban las cosas normales que le gustaban a los chicos. No le gustaba el fútbol, no le gustaban los coches, y otras muchas cosas de chicos. Y, aunque sí le gustaban las chicas, en el camping siempre le decían que parecía una niña porque no jugaba al fútbol…
En el camping, Juan Carlos, tenía un amuleto muy especial: una servilleta rosa que llevaba siempre en el bolsillo.
Nadie sabía por qué la llevaba, y un día, un niño vio como Juan Carlos cogía la servilleta rosa de su bolsillo y la olía. Cuando el niño vio eso, gritó: «Juan Carlos es una niña!! Le gusta el color rosa!!»
Juan Carlos se giró a todos los niños y les dijo: «No, no soy una niña, esto es una servilleta que utilicé para limpiarme de algodón dulce el mejor día de mi vida, y la servilleta acabó coloreándose de rosa. Ese día fue cuando mis padres me llevaron al parque de atracciones y nos lo pasamos genial.»
«Cuando estoy triste me sirve para acordarme de ese día y volver a alegrarme.»
«¿Tú tienes algún objeto que te recuerde un momento feliz de tu vida?»
Todos los niños se quedaron con la boca abierta, y se acercaron a oler la servilleta que se había coloreado de rosa por el azúcar, para ver lo bien que olía.
El resto de niños del camping aprendieron que las apariencias engañan, y que no hay que dejarse guiar sólo por lo que ven sus ojos.
Tienes que conocer por dentro a una persona para saber cómo es.
FIN
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De niños siempre tenemos algo a lo que uno se apega
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