Cuenta la leyenda que cierto país, cuyo territorio estaba formado por varias islas, disfrutaba de una próspera economía y de un sistema político que la propiciaba. Los fundamentos de su economía no podían ser otros que el arduo trabajo de sus habitantes y la buena gestión de sus políticos y empresarios.
Una de sus empresas se dedicaba al comercio intercambiando productos entre dos de sus más importantes islas. Esta empresa disponía de un barco cuyo capitán era apreciado y respetado por toda la tripulación, apenas sin excepciones. Las travesías entre las dos islas solían ser rutinarias y tranquilas pero largas, debido a que siempre se trazaban evitando una zona de abundantes islotes y aguas poco profundas. Esto permitía que la tripulación estuviera relajada, pero con unos ingresos necesariamente ajustados para mantenerse y ser competitivos.
Cierto día, en el curso de una tranquila navegación, el capitán reunió a la tripulación y dirigiéndose a todos les dijo: Contamos con expertos timoneles entre vosotros, capaces de conducir la nave por rutas más cortas, aunque más peligrosas. Aumentaríamos nuestros beneficios comerciales si consiguiéramos reducir la travesía en tres o cuatro días. Parte de esos beneficios serían repartidos entre todos vosotros, pero debéis ser conscientes de la importancia de la aportación de cada uno y de la pericia de nuestro timonel para evitar todos los escollos que nos podamos encontrar en la travesía. Era necesario innovar para prosperar.
Un murmullo corrió como la pólvora encendiendo el entusiasmo de toda la tripulación, hasta que el capitán lo interrumpió diciendo: Montiel – así se llamaba el timonel titular – ¿Podemos contar contigo para llevar el barco por la ruta más corta, plagada de islotes y aguas poco profundas? El timonel titular, sin dudarlo, aceptó el reto y propuso comenzar en la siguiente travesía. Mientras, cierto sector de la tripulación animaba a Melitón que también era un timonel experto y hábil, a que se ofreciera como alternativa para esa nueva forma de gobernar la nave.
El capitán intervino planteando una votación para que toda la tripulación pudiera elegir al que considerara mejor timonel. Así pues, Melitón y Montiel, explicaron a toda la tripulación cómo conducirían la nave. Cada uno proponía una estrategia distinta para cumplir con el objetivo de reducir la travesía en tres o cuatro días, como les había informado el capitán. Montiel defendía la prevalencia de la seguridad de viejas rutas serpenteantes entre los islotes, mientras Melitón defendía explorar nuevas rutas más rectas aunque requiriesen verificaciones frecuentes del calado cuando la marea estuviera baja. Realizaron la votación y salió elegido Melitón, para sorpresa de Montiel y sus seguidores. Acordaron que repetirían la votación antes de cada travesía.
La travesía siguiente comenzó con la ilusión de la mayoría, puesta en los mejores resultados que obtendrían. También había algunos que eran reticentes a aceptar la innovación y otros que solo aceptarían a Montiel como timonel. A los pocos días de comenzar el viaje, un grupo partidario de Montiel protestaba por la forma de manejar el barco que tenía Melitón. Decían que el trayecto marcado les obligaba a cumplir sus obligaciones de forma diferente y que no conseguirían un resultado mejor. Es cierto que debían estar más atentos a los virajes y tomar medidas del calado con cierta frecuencia. Montiel increpaba a Melitón con que no sabía manejar el barco como lo haría él. El capitán, intentaba calmar los ánimos y se limitaba a indicar que dejaran hacer su trabajo al timonel, que había sido elegido por la mayoría. A medida que pasaban los días el ambiente se iba deteriorando, lo que desanimaba al timonel y a otros tripulantes colaboradores. Aún así, finalizaron el viaje tres días antes de lo que era habitual.
Después de unos días de descanso y tras una nueva votación, fue elegido Montiel como timonel para la travesía que estaba a punto de comenzar. No sirvió de nada el buen resultado obtenido por Melitón. Algunos partidarios de Melitón con escaso criterio, fueron convencidos por otros tripulantes y votaron a Montiel, de ahí que saliera él elegido. Ya navegando, tanto Melitón como sus partidarios, decidieron no entorpecer la labor del timonel elegido y prestar toda la colaboración posible para que la travesía se desarrollara en paz, tal como lo había recomendado el capitán. Así fue, la trayectoria elegida tenía pocos sobresaltos sobre todo porque la tripulación desarrollaba su trabajo en un buen ambiente. Finalizaron el viaje con dos días de adelanto sobre lo habitual. La tripulación intercambiaba comentarios sobre un timonel y otro: Los partidarios de Montiel decían que habían conseguido una reducción de dos días y que eso era preferible a la reducción de tres días de Melitón, conseguidos a base de complicar las cosas. Los partidarios de Melitón alegaban que tres días menos les reportaba más beneficio y que los otros, con su actitud, no dejaban a Melitón concentrarse en la búsqueda de mejores rutas.
Cuando estuvieron preparados para otra travesía, el capitán los reunió a todos para trasmitirles su impresión sobre las dos anteriores. Debemos saber ganar y saber perder, aceptando el riesgo que toda innovación comporta – comenzó diciendo el capitán – cuando un timonel es elegido por la mayoría le debemos respeto y confianza en sus propuestas y acciones, como ha sucedido en el viaje más reciente. Así, sabremos que no hemos entorpecido su labor y tendremos derecho a criticarle y a elegir a otro en la votación siguiente. Además, esa actitud nos hará acreedores del respeto de las personas que piensan que se pueden hacer las cosas de forma diferente.
FIN
Cuento escrito por Lucía Nante
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