Un tío llamado Sapón vivía con su sobrino Sapito dentro de un amplio estanque de aguas verdes sobre las que también flotaban muchas hojas de Jacintos y Lentejas.
Sapón era bien gordote y comía sin descansar mientras que Sapito era delgado, y bastante estirado, por lo que trepaba con bastante frecuencia hasta una estatua con un jarrón que crecía en medio del estanque.
Sapito saltaba y en ocasiones corría mientras que Sapón se burlaba de él diciéndole: estás más flaco que una cuerda floja, si continúas saltando y sin comer te voy a ver más seco que una espina de pescado.
Pero Sapito no escuchaba a su tío con sus burlas, ni Sapón detenía su alargada lengua que salía continuamente de su ancha boca para atrapar mosquitos, larvas de mariposas y moscas.
—Espinita, espinita, espina de pescado—Le decía Sapón a su sobrino a la vez que rodaba hacia los lados y se arrastraba por sus grandes risotadas.
Los días se alternaban, uno tras otro, y a partir de un domingo en la mañana Sapito comenzó a saltar sobre Sapón para poder entrar por la puerta del estanque.
—Ahora es mejor saltarte por encima que darte la vuelta, estás más ancho que la puerta de entrada a nuestro hogar, muévete hacia otro lado—Le recordaba siempre Sapito al gordo Sapón.
Y fue, precisamente, una tarde sin sol que una gran garza blanca, de pico alargado, comenzó a volar por sobre el estanque porque al parecer, desde lo alto y sin mucho esfuerzo, había localizado al tío gordón.
—Corre, corre, corre que te tragan, la garza es un depredador, salta, salta como puedas o rueda hacia los lados, escapa, escapa, escapa—Comenzó a gritarle Sapito a Sapón mientras que el flacucho lograba subir rápidamente hasta la jarra que portaba la estatua en el centro del estanque —Salta, salta, salta…rueda hacia los lados, salta, salta…
Sapón no podía escuchar a su sobrino pero en cuanto miró a la garza parada, exactamente delante de él, se asustó tanto que dio un salto tan largo que lo hizo caer en el camino para luego llegar sobre tres lunas naranjas que estaban al lado de unos cocoteros que crecían justamente frente a un extensísimo océano.
Hasta los días de hoy Sapito no ha vuelto a ver a su tío Sapón a pesar que lo busca desde bien temprano todas las mañanas hasta las llegadas del anochecer.
Aún no se sabe si Sapón logró al fin escapar o si la gran garza blanca que lo persiguió llegó a comérselo de un picotazo. Sapito sigue estando igual de flaco como una espina de pescado y salta, salta, salta… para irse alejando, cada vez más, del estanque de aguas verdes donde vivió por mucho tiempo junto a su tío y las grandes hojas de Jacinto y Lentejas.
Cuento para niños escrito por: Lázaro Rosa, Canadá.
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Muy buena idea
Me gusta este cuento porque nos deja una lección para todos