Hace muchos años, cuando yo era una niña pequeña, había muchos rebaños de ovejas y pastores, era muy raro no encontrarte uno en cada pueblo, pues ser pastor era un trabajo muy normal en aquellos años. Hoy en día, muy pocos niños, salvo en cuentos y fotos, han visto un rebaño de ovejas.
Las ovejitas solían vivir en un corral llamado «tinao«, que era un recinto vallado, donde las ovejas tenían un pilón con agua, para cuando tenían sed y en otro lado, paja para cuando tenían hambre. Dentro del vallado, había un cobertizo, que las ovejas utilizaban como refugio los días de lluvia y frío.
El pastor era el que se encargaba de cuidarlas. Él era quien les echaba la paja para que comieran, y agua para beber. Además, el pastor también las ordeñaba y salía al campo con todo su rebaño.
Lo que más recuerdo de esa época cuando era pequeña, era el ruido de las ovejitas al regresar de pastar en el campo, pues Nino el pastor, les ponía cencerro y cuando andaban, se escuchaba: «tilín,tilón», y todos los niños que estábamos por allí, corríamos detrás de ellas y lo pasabamos muy bien.
El rebaño de ovejas siempre pasaba por delante de mi casa, y tengo que reconocer que cuando veía al pastor salir con ellas, me daba un poco de miedo, pues además del rebaño de ovejas, Nino, que así se llamaba el pastor, tenía un par de cabras, y a mí me daban mucho miedo, pues estas cabras tenían cuernos.
A pesar de la humildad de aquel pastor y de lo bondadoso que era con la gente del pueblo, ya que les regalaba leche y quesos, que él mismo elaboraba de sus ovejas, había ciertas personas en el pueblo que le odiaban.
Cuando pasaba el rebaño por la calle principal del pueblo para salir al campo, las ovejas y cabras a su paso, dejaban toda la calle sucia. Siempre, la gente del lugar se había encargado de barrer cada uno su puerta, y así conseguían mantener el pueblo limpio. Sin embargo, había dos vecinos, Sigue leyendo →