Había una vez un emperador al que le gustaban mucho los trajes nuevos y siempre iba con exuberantes telas y adornos muy valiosos. La mayor parte de su dinero lo gastaba en comprarse nuevos trajes e ir siempre lo más elegante posible.
Sin embargo, al emperador no le preocupaban otro tipo de cosas como era el salir a pasear o ir al teatro o simplemente ir a conversar con los demás habitantes de la ciudad. En aquella ciudad, había siempre muchos turistas que la solían visitar.