Érase una vez, un lobo llamado Aullón, que vivía en un valle donde se cultivaban muchos frutales.
Aullón trataba de subirse a los árboles frutales para comer la fruta que éstos daban. Sin embargo, los frutales más apetitosos eran árboles grandes a los que Aullón no podía llegar.
En aquel valle, un hombre de sesenta años, el señor Martín, tenía unos cuantos frutales que cuidaba con mucho amor.
Lamentablemente, a medida que se hacía mayor, notaba que le faltaban las fuerzas para recoger la fruta, ya que era una tarea muy cansada.
Martín tenía algunos de los frutales más grandes y apetitosos de todo el valle, por lo que Aullón ya se había fijado en ellos, y un día decidió ir a por su fruta, y empezó a saltar debajo del árbol.
Martín, que estaba mirando por la ventana en ese momento, se dio cuenta de que el lobo intentaba quitarle la fruta de sus exquisitos árboles, pero que, por mucho que saltara y aullara, no llegaría a las ramas de aquel árbol tan grande.
Al ver esto, Martín tuvo una gran idea: Le ofreció a Aullón una escalera para que accediera sin problemas a la fruta, pero a cambio, el lobo le tenía que dar a él la mitad de la fruta que cogiera, para que Martín siguiera prestándole la escalera.
Aullón aceptó el trato y empezó a trabajar recogiendo fruta, y durante una mañana estuvo subiendo y bajando de la escalera para llenar un cesto de fruta, que luego repartirían entre los dos.
Sin embargo, Sigue leyendo