Pedro era un niño muy tímido que muy pocas veces se atrevía a hablar. En las fiestas de cumpleaños lo pasaba muy mal porque no sabía qué decir ni cómo comportarse. En una de estas fiestas no lo pudo soportar más y se refugió en una habitación.
De repente, ante sus ojos apareció un duende visiblemente enfadado que se tapaba sus orejas con las manos:
– ¡Deja de gritar ya!-, le dijo el duende.
Pedro estaba muy sorprendido por esta aparición y se le olvidó su timidez:
– Pero si yo no estoy gritando. Yo nunca digo nada.
– ¡Cómo que no dices nada si no paras de gritar!
– Pero si no abro ni la boca.
– Pero tu cuerpo no para de gritar. Tus manos, tus pies… todo tu cuerpo está gritando. ¡Está bien! Te voy a poner un par de gotitas mágicas detrás de las orejas para que puedas escuchar al resto de tu cuerpo.
De esta manera, Pedro pudo escuchar cómo el resto de su cuerpo daba alaridos y se quejaba diciendo que quería irse a casa. A pedro también le resultó molesto y comenzó a callar a todos y cada uno de sus miembros. Éstos se relajaron.
Durante los días siguientes, Pedro escuchaba como su madre le decía un «te quiero» a su padre con la miraba o como la vecina gritaba con sus pies frente al ascensor porque este se demoraba en llegar.
En el siguiente cumpleaños, Pedro observó como una niña se quedaba en una esquina y su cuerpo comenzaba a gritar:
– ¡¡No quiero estar más aquí!! ¡¡Me quiero ir a mi casa!! ¡¡Odio los cumpleaños!!
Pedro se le acercó y le echó un par de gotitas mágicas en detrás de las orejas y le enseñó a escuchar y a educar a su cuerpo.
De esta manera, ambos niños modelaron sus gestos, miradas y actitud cuando se encontraban delante de otras personas. Poco a poco aprendieron a mirar de una manera más agradable, a relajar sus piernas e incluso a tocar afectuosamente a los demás.
Cuento de Pedro Pablo Sacristán.
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