Cuenta la leyenda que cierto país, cuyo territorio estaba formado por varias islas, disfrutaba de una próspera economía y de un sistema político que la propiciaba. Los fundamentos de su economía no podían ser otros que el arduo trabajo de sus habitantes y la buena gestión de sus políticos y empresarios.
Una de sus empresas se dedicaba al comercio intercambiando productos entre dos de sus más importantes islas. Esta empresa disponía de un barco cuyo capitán era apreciado y respetado por toda la tripulación, apenas sin excepciones. Las travesías entre las dos islas solían ser rutinarias y tranquilas pero largas, debido a que siempre se trazaban evitando una zona de abundantes islotes y aguas poco profundas. Esto permitía que la tripulación estuviera relajada, pero con unos ingresos necesariamente ajustados para mantenerse y ser competitivos.
Cierto día, en el curso de una tranquila navegación, el capitán reunió a la tripulación y dirigiéndose a todos les dijo: Contamos con expertos timoneles entre vosotros, capaces de conducir la nave por rutas más cortas, aunque más peligrosas. Aumentaríamos nuestros beneficios comerciales si consiguiéramos reducir la travesía en tres o cuatro días. Parte de esos beneficios serían repartidos entre todos vosotros, pero debéis ser conscientes de la importancia de la aportación de cada uno y de la pericia de nuestro timonel para evitar todos los escollos que nos podamos encontrar en la travesía. Era necesario innovar para prosperar.
Un murmullo corrió como la pólvora encendiendo el entusiasmo de toda la tripulación, hasta que Sigue leyendo