Érase una vez un grifo, sí, un grifo de los que sirven para lavar los platos y usar agua… como decía, era un grifo situado en una cocina de una casa en el campo.
De tan poco que veía a la gente, para entretenerse aprendió a hablar y hablaba solo consigo mismo. Él mismo se contaba historias sobre como sería su vida si viviera gente en la casa.
Un día, compraron la casa otros propietarios, que tenían una hija pequeña, María. La niña no tenía muchos amigos a su alrededor, ya que la casa estaba bastante aislada. Así que se distraía constantemente jugando con los muebles y accesorios de la casa, y de todos ellos con el que más le gustaba jugar era con el grifo.
María abría y cerraba el grifo sin parar, para ver cómo goteaba una vez cerrado, y volvía a abrirlo a continuación para seguir con su juego.. Sigue leyendo