Había una vez, un hombre muy mayor, que vivía en una pequeña aldea de un pueblo de España. La verdad es que era un hombre muy peculiar, pues vestía con ropas anchas y algo descoloridas, pero cada vez que se encontraba con algún vecino de la aldea, su serio rostro se transformaba en una cara sonriente y amigable.
Hernán que así se llamaba aquel hombre, era el abuelo de una enérgica niña llamada Jone. Hernán era el encargado de cuidar de su nieta mientras sus padres se encontraban trabajando las tierras del campo.
La verdad, es que Hernán no tenía muchos amigos, de hecho no tenía ninguno, pues tenía fama de ser un gruñón y cascarrabias, lo que provocaba que nadie quisiera estar cerca de él…
Su nieta Jone estaba muy triste, pues su abuelo, a pesar de ser un poco gruñón, era muy buena persona y ella lo quería muchísimo. Así que un día decidió subir a una ladera, en la cual se encontraba el árbol de los sueños, para pedirle un deseo…
«Por favor, árbol de los sueños, me gustaría que me abuelo fuera más amable y simpático con el resto de personas, así podrían saber que es un abuelo bueno y le querrán más«, dijo Jone al árbol de los sueños.
Al día siguiente, el abuelo Hernán estaba preparando el desayuno para cuando se levantara su nieta. Cuando Jone entró a la cocina vio a su abuelo como siempre… el árbol de los sueños, no le había cumplido su deseo.
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