Ya quedaba muy poco tiempo para que llegara el gran día de Martín, un niño muy juguetón al que todo el mundo quería, pues era un niño encantador y bondadoso con los demás, la fiesta de su cumpleaños.
Martín iba a cumplir 8 años, y desde hacía unos meses, sólo pensaba en lo bien que se lo pasaría con sus amigos en la fiesta de cumpleaños que organizarían en el jardín de su casa. Y es normal, porque sus padres le organizaban una fiesta por todo lo alto. Venían payasos, malabaristas, e incluso ponían dos camas elásticas para que Martín y sus amigos se lo pasaran en grande dando saltos sin parar.
Pero lo que Martín no sabía es que este año sus padres no podrían organizarle ese tipo fiesta, pues se habían gastado sus ahorros en comprar un coche nuevo.
Los padres de Martín no querían desilusionarle, y no paraban de pensar y pensar, en cómo organizar una fiesta de cumpleaños más humilde; sin payasos, ni malabaristas, ni colchonetas… pero que Martín nunca la olvidara. Después de varios días, los padres de Martín tuvieron una idea.
Se pusieron en contacto con todos los amigos de Martín, explicándoles que necesitaban su ayuda para que Martín tuviera una fiesta de cumpleaños por todo lo alto, pero gastando muy poco dinero, pues no tenían.
El plan era el siguiente, cada de uno de sus amigos se encargaría de llevar algo a la fiesta de cumpleaños. Luis, por ejemplo, se encargaría de hacer los sandwiches, Alberto, de llevar un pastel que él mismo elaboraría, y así todos los demás.
¡Llegó el gran día, hoy era el cumpleaños de Martín!
«¡Felicidades!«, dijeron a la vez los padres de Martín al entrar en su cuarto para despertarlo.
«¡Gracias!«, respondió Martín aún muy dormido y se abrazó a ellos.
«Esta tarde será tu fiesta de cumpleaños, esperamos que te guste, ya que este año será algo diferente al resto de años«, le dijo su padre.
«¡Seguro que sí!«, respondió Martín algo más despierto.
Como todos los días, Sigue leyendo