LA MARIPOSA, LA LUNA, Y LA RANA QUE DEJO DE CANTAR… (PARTE IV)

Cuentos infantiles escritos por: Alex (Salamanca). Parte III

Cuando los pájaros y los primeros rayos del sol la despertaron, ansiosamente recordó la extraña figura de la noche anterior, un reflejo muy brillante junto al tronco caído volvió a llamar su atención, la diadema seguía allí, sobre la hierba, y los pájaros revoloteaban junto a ella, fuera quien fuera la figura vestida de negro no la había encontrado.

Cuentos infantiles - La mariposa invisible

De alguna manera se sintió feliz, recordó la extraña pareja que se besó sobre el tronco caído, pero sin su luna no volvería a cantar, se sentía abandonada… aquella noche su luna se rompió en mil pedazos y su blanca luz que vestía de plata su estanque, había desaparecido, sin embargo la brillante diadema que descansaba sobre la hierba, le hacía sentir que algún día la volvería a ver .

Saltó como todas las mañanas a su nenúfar y escuchó un leve aleteo a sus espaldas.

– ¡¡¡Hola!!!

Se dio la vuelta.

Era una criatura fantástica, elegante, delicada, tal vez lo más bello que jamás había visto, vestía de color naranja, azul, negro, y amarillo, la luz se reflejaba sobre su cuerpo, y brillaba tanto como los reflejos del sol en la piedras húmedas.

La ranita estaba sorprendida, pero preguntó:

– ¿Quien eres?-

Una risa delicada, envolvió el estanque por segundos.

¿No me conoces?, un día hablé contigo, pero claro, aquel día yo era una oruga, ahora soy una mariposa, soy Mae.

La ranita no entendía nada, ni siquiera podía hablar, estaba tan sorprendida…

Pero, estás tan bonita…cuando te conocí , te arrastrabas torpemente sobre su barriga, y eras fea, ahora… tienes alas, puedes volar ¿Qué te ha pasado? – dijo la ranita.

Bueno, -contestó Mae muy coqueta-, antes era una oruga, comí muchas hojas del árbol, y me hice grande, me envolví en una bolsa de seda que yo misma fabriqué, y me quedé un tiempo dentro dormida, mi cuerpo comenzó a cambiar, entonces fui crisálida, después nacieron mis alas, y cuando esta mañana temprano he salido del capullo, he podido volar, porque me he convertido en una mariposa

La ranita no entendía nada, un conejito del bosque se acercó curioso y provocó que Mae se asustara, desplegara sus alas y volara ligera para posarse en otro nenúfar.

La pequeña rana verde sonrió embobada.

¡¡¡Vuelas como los pájaros!!!, -exclamó emocionada- Te dije que volaría, -respondió Mae la mariposa-.

El alboroto de los pájaros jugando enloquecidos sobre la diadema brillante, distrajo un momento a la ranita…y tuvo una idea.

– Mae, ¿puedes volar hacia aquella diadema sobre la hierba?
– Si , claro- contestó Mae.

Por favor, vuela allí y dime como es la diadema – pidió curiosa la ranita verde-

Mae extendió las alas suavemente y se elevó delicada sobre el estanque, en unos segundos estaba dando vueltas sobre la diadema junto al árbol caído y se posó sobre ella.

Regresó junto a la ranita verde un poco más tarde.

Es preciosa – dijo Mae-, su color es plateado, a su alrededor lleva piedras que brillan como las estrellas en las noches de verano, y hay perlas redondas, y diamantes, y rubíes, y esmeraldas. Brilla tanto que deslumbra. Pero es acogedora, si la tocas, una sensación de calma te recorre.

La ranita volvió a recordar la bella mujer de blanco y de larga cabellera negra que vio aquella noche mágica y fatídica para ella.

Imaginó entonces…

Claro!, es la diadema de una princesa, de la más bella princesa, que viste de blanco y tiene una larga cabellera negra…

Mae la miró extrañada, pero no preguntó.

Todos los días la pequeña rana verde y Mae la mariposa hablaban y jugaban, y todos los días la pequeña rana verde le pedía a Mae que se acercara a la diadema para verla, pero la ranita verde seguía sin cantar.

Una noche la ranita se despertó sobresaltada, una luz no la dejaba dormir, por un instante tuvo una intuición, nerviosa y exaltada sacó su cabeza entre las piedras… su estanque se había vuelto de plata y en el cielo la gran luna blanca parecía sonreírla.

El caballo blanco se detuvo junto al tronco caído, ni siquiera lo había oído llegar, es como si en vez de galopar flotara sobre la tierra, sobre su lomo la mujer de blanco de larga cabellera negra, descabalgaba y ponía sus pies descalzos sobre la hierba fresca.

Continuará…

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